El legado de Adriana
En un pequeño pueblo llamado Villa Esperanza, vivía una niña llamada Adriana Carolina. A sus tiernos 10 años, era conocida por su belleza interior y exterior, pero sobre todo por su espíritu alegre y su actitud positiva.
Proveniente de una familia humilde, Adriana irradiaba amor y alegría por donde quiera que fuera. Un día, mientras caminaba por la plaza del pueblo, Adriana se encontró con un anciano llamado Don Lorenzo.
Don Lorenzo era conocido en el pueblo por ser un sabio consejero y por su gran sabiduría. -Hola, Don Lorenzo -saludó alegremente Adriana. -Hola, mi querida Adriana -respondió el anciano con una cálida sonrisa. -He oído que posees un corazón generoso y bondadoso -continuó Don Lorenzo-. Tengo algo para ti.
El anciano le entregó a Adriana un pequeño cofre de madera. -Dentro de este cofre yace un legado muy valioso que te corresponde a ti, Adriana. Deberás cuidarlo y hacerlo crecer con amor y sabiduría.
Adriana, curiosa, abrió el cofre y descubrió que en su interior había un puñado de semillas brillantes de colores. -¿Qué son estas semillas, Don Lorenzo? -preguntó Adriana intrigada. -Estas son semillas de bondad, compasión, valentía, amistad, y muchas otras virtudes -explicó el anciano-.
Tu misión es plantarlas en el corazón de las personas que encuentres en tu camino, para que estas virtudes puedan florecer y dar frutos en sus vidas. Adriana asintió emocionada con los ojos brillando de alegría.
A partir de ese día, Adriana se dedicó a esparcir las semillas por todo el pueblo.
Hablaba con los mayores para sembrar la semilla de la sabiduría, jugaba con los más pequeños para plantar la semilla de la alegría, consolaba a quienes estaban tristes para hacer crecer la semilla de la compasión, y siempre mostraba valentía en cada desafío que se presentaba. Con el tiempo, las semillas fueron creciendo y floreciendo, y el pueblo se transformó en un lugar lleno de amor, solidaridad y esperanza.
La bondad de Adriana había dejado un legado imborrable en cada corazón.
Y así, el pequeño pueblo de Villa Esperanza se convirtió en un lugar donde el legado de Adriana se perpetuaba de generación en generación, recordando a todos la importancia de sembrar virtudes en el corazón de quienes nos rodean.
FIN.