El legado de Azul
Había una vez una perrita llamada Azul, quien vivía en un pequeño pueblo rodeado de campos y montañas. Ella era muy juguetona y siempre estaba dispuesta a compartir su amor con todos los que la rodeaban.
Un día, mientras Azul iba corriendo por la calle, sin darse cuenta se acercó demasiado al borde de la acera y un auto que venía a gran velocidad la atropelló.
Los dueños de Azul al enterarse quedaron devastados, no podían creer que su amada mascota ya no estaría más con ellos. La noticia rápidamente se extendió por todo el pueblo y todos los vecinos se sintieron tristes al escuchar lo sucedido.
Incluso aquellos que no conocían a Azul comenzaron a sentirse mal por ella. "No puedo creerlo", dijo uno de los dueños de Azul mientras lloraba-. "Era nuestra mejor amiga". "Sé lo mucho que la querías", respondió el otro dueño-. "Pero ahora debemos despedirnos de ella".
Los dos hombres decidieron enterrar a Azul en el jardín trasero junto a un árbol bajo cuya sombra solía descansar. Mientras cavaban el agujero, recordaron todas las divertidas aventuras que habían tenido con ella y cómo había alegrado sus vidas.
Al día siguiente, cuando los vecinos del pueblo se enteraron del funeral improvisado para Azul, muchos decidieron asistir para rendirle homenaje. Todos estaban vestidos con ropa negra y llevando flores frescas para colocar sobre la tumba recién cavada.
Mientras rezaban en silencio, un pequeño niño se acercó a la tumba de Azul y dejó una pelota de tenis junto a las flores. "¿Por qué le dejaste una pelota?" Preguntó uno de los vecinos curioso.
"Porque sé que a ella le encantaba jugar con una pelota", respondió el niño. "Y pensé que tal vez en el cielo podría seguir jugando con ella".
Esa simple acción del niño hizo que todos los presentes sonrieran y recordaran lo importante que es mantener vivos los recuerdos de aquellos seres queridos que ya no están con nosotros. Con el tiempo, la tristeza por la pérdida de Azul comenzó a desvanecerse.
Pero su memoria siempre permaneció viva en los corazones de sus dueños y vecinos del pueblo. Y gracias al pequeño gesto del niño, aprendieron que aunque alguien haya fallecido, siempre podemos honrar su legado manteniendo vivo todo lo bueno que nos dejaron.
Desde ese día, cada vez que alguien pasaba por la tumba de Azul, se detenía un momento para dejar algo allí: una pelota, un hueso o incluso simplemente unas palabras bonitas.
Y así fue como la perrita Azul se convirtió en un símbolo de amor y amistad para toda la comunidad.
FIN.