El legado de Don Cervantes
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Gol, un niño llamado Raúl que soñaba con convertirse en el mejor futbolista del mundo.
Desde muy chico, Raúl pasaba horas y horas entrenando en la canchita del barrio, practicando sus tiros al arco y perfeccionando su técnica. Un día, mientras pateaba la pelota contra la pared, llegó a su barrio un hombre mayor llamado Don Cervantes Ferreras.
Todos en el pueblo sabían quién era él: había sido el rey del fútbol en su juventud, el pichichi de todas las ligas. Raúl no podía creer que aquel legendario futbolista estuviera frente a él.
- ¡Hola, chico! Veo que tienes talento para el fútbol -dijo don Cervantes con una sonrisa amable. Raúl se quedó sin palabras, pero asintió emocionado. Don Cervantes le propuso ser su entrenador y ayudarlo a pulir sus habilidades para llegar lejos en el mundo del fútbol.
Raúl aceptó sin dudarlo y así comenzó una increíble aventura llena de aprendizaje y superación. Don Cervantes enseñaba a Raúl todos los secretos del juego: cómo controlar el balón con precisión, cómo hacer regates imposibles y cómo disparar con potencia al arco.
Raúl absorbía cada enseñanza como una esponja y practicaba sin descanso para mejorar día tras día. El tiempo pasaba y Raúl se convirtió en una promesa del fútbol local. Su equipo ganaba torneos gracias a sus goles y asistencias brillantes.
La gente lo admiraba por su dedicación y humildad, cualidades que había aprendido de su querido mentor Don Cervantes. Pero un día, antes de un partido importante, don Cervantes cayó enfermo y tuvo que ser hospitalizado.
Raúl estaba desconsolado; sentía que sin su mentor no podría seguir adelante. Sin embargo, recordó todas las enseñanzas recibidas y decidió jugar ese partido por él.
Con lágrimas en los ojos pero con determinación en el corazón, Raúl saltó al campo de juego dispuesto a darlo todo por su equipo y por don Cervantes. Jugó como nunca antes lo había hecho: driblando rivales con maestría, marcando goles espectaculares e inspirando a todos con su entrega.
Al final del partido, con la victoria asegurada gracias a su actuación estelar, Raúl corrió hacia la tribuna donde don Cervantes lo observaba emocionado. - ¡Lo hice por usted! ¡Este triunfo es también suyo! -gritó Raúl entre aplausos y vítores de la multitud.
Don Cervantes sonrió orgulloso y extendió sus brazos hacia él.
Fue entonces cuando Raúl entendió que más allá de ser un gran futbolista, don Cervantes le había enseñado los verdaderos valores que debía tener dentro y fuera de la cancha: trabajo duro, perseverancia y compañerismo. Desde ese día, Raúl siguió cosechando éxitos como futbolista profesional pero nunca olvidó las lecciones aprendidas junto a don Cervantes Ferreras.
Y juntos demostraron que cuando se juega con pasión y se tiene un espíritu noble como guía, no hay meta imposible de alcanzar en el hermoso mundo del fúbol.
FIN.