El legado de Don Simón
El viejo mercader se llamaba Don Simón, y tenía una carreta llena de juguetes coloridos y dulces deliciosos. Siempre iba acompañado de su fiel perro, Panchito, que alegraba a todos con sus trucos y piruetas.
Un día, mientras cruzaba un bosque frondoso, Don Simón escuchó risas lejanas. Siguiendo el sonido, descubrió a un grupo de duendecillos traviesos que estaban molestando a unos animalitos del bosque. Sin dudarlo, el mercader se acercó a ellos.
- ¡Alto ahí! ¿Qué están haciendo? -exclamó Don Simón con firmeza. Los duendecillos se detuvieron sorprendidos por la presencia del viejo mercader. - Nos aburrimos y queríamos divertirnos un poco -respondió el líder de los duendecillos con una sonrisa pícara.
Don Simón les explicó que no era correcto molestar a los demás y les propuso algo mejor: jugar juntos a juegos divertidos y compartir los juguetes y golosinas que llevaba en su carreta. Los duendecillos aceptaron encantados la propuesta.
Así pasaron horas riendo, jugando e intercambiando historias. Al finalizar la tarde, los duendecillos se despidieron agradecidos por la divertida jornada junto al viejo mercader. Continuando su viaje, Don Simón llegó a un pueblo donde reinaba la tristeza.
Los niños jugaban solos en las calles vacías y las risas parecían haber desaparecido por completo. Decidido a cambiar aquella situación, el mercader montó un espectáculo de títeres en la plaza principal.
- ¡Niños y niñas! ¡Vengan todos a disfrutar de esta maravillosa función! -anunció Don Simón con entusiasmo. Los pequeños curiosos se acercaron lentamente para observar el show de títeres que había preparado el viejo mercader.
Pronto, las risas inundaron el lugar y la alegría volvió a brillar en los rostros de los niños. Al terminar la función, una niña llamada Sofía se acercó tímidamente a Don Simón. - Gracias por traer tanta felicidad a nuestro pueblo, señor mercader -dijo con gratitud-.
¿Cómo puedo ayudar yo también a llevar alegría? Don Simón sonrió ante la noble intención de Sofía y le entregó una caja llena de pequeños juguetes para que pudiera repartir entre los niños más necesitados del pueblo.
A partir de ese día, Sofía se convirtió en la ayudante oficial del viejo mercader durante su estadía en aquel lugar. Juntos recorrieron cada rincón llevando sonrisas y esperanza a todos los rincones del pueblo olvidado.
Finalmente, cuando llegó el momento de partir hacia nuevos destinos, Sofía prometió seguir difundiendo la alegría aprendida junto al bondadoso mercader por cada lugar que visitara en su vida adulta. Y así fue como Don Simón dejó un legado imborrable en cada corazón que tocaba con sus gestos generosos y su espíritu solidario.
Porque no importa cuánto tiempo pase o qué obstáculos aparezcan en nuestro camino; siempre habrá alguien dispuesto a sembrar amor y felicidad donde haga falta.
FIN.