El legado de Doña Marta



Había una vez una mujer llamada Doña Marta, quien a sus sesenta años sentía que le faltaba algo en su vida.

Había criado a sus hijos, había trabajado en diferentes oficios, pero no encontraba esa satisfacción plena que tanto anhelaba. Un día, mientras paseaba por el parque cerca de su casa, vio a un grupo de niños jugando y riendo en el patio de una escuela. La alegría que irradiaban aquellos pequeños despertó algo dentro de ella.

Fue entonces cuando Doña Marta supo cuál era su verdadera vocación: la docencia. Decidida a encontrar ese sentido perdido en su vida, Doña Marta se inscribió en un curso para convertirse en maestra.

A pesar de ser la mayor del grupo y tener algunas dificultades con la tecnología, nunca dejó que eso la desanimara. Estudiaba día y noche para estar preparada y aprovechaba cada oportunidad para aprender algo nuevo.

Finalmente llegó el día en que Doña Marta obtuvo su título como maestra. Emocionada y llena de energía, se presentó al director de una escuela cercana ofreciendo sus servicios como docente.

El director quedó impresionado por su pasión y determinación, así que le dio la oportunidad de enseñar a los alumnos del primer grado. Doña Marta se convirtió rápidamente en la favorita de los niños gracias a su creatividad e ingenio al momento de enseñarles.

Les contaba historias fascinantes sobre animales mágicos y les mostraba cómo hacer manualidades con materiales reciclados. Los niños disfrutaban cada minuto en clase junto a ella.

Un día, mientras preparaba una clase sobre el cuidado del medio ambiente, Doña Marta tuvo una idea: organizar un concurso de arte en la escuela. Les propuso a sus alumnos que crearan obras de arte utilizando materiales reciclados y los resultados fueron sorprendentes. Cada niño presentó su obra con orgullo y alegría.

El jurado quedó impresionado por la creatividad y originalidad de las obras, pero solo podían elegir a un ganador. Fue entonces cuando se anunció que el primer premio sería para Matías, un niño tímido pero talentoso que había creado una escultura gigante hecha completamente de botellas plásticas.

La noticia emocionó tanto a Matías como a Doña Marta, quienes saltaron de alegría al escuchar su nombre. Ese momento fue la confirmación para Doña Marta de que había encontrado el sentido de su vida en la docencia.

Ver cómo los niños descubrían su potencial creativo y se sentían valorados era lo más gratificante para ella. A partir de ese día, Doña Marta continuó enseñando con pasión y dedicación.

Siempre buscaba nuevas formas de motivar a sus alumnos y ayudarles a encontrar su propio camino en la vida. Y así, gracias a su amor por enseñar, logró dejar huella en cada uno de ellos y encontrar finalmente esa satisfacción plena que tanto anhelaba.

Y colorín colorado, esta historia ha terminado.

FIN.

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