El legado de la bondad



Había una vez una abuelita muy especial llamada Doña Rosita. Era conocida por todos en el vecindario como "la abuelita cariñosa", porque siempre tenía una sonrisa y un abrazo para regalar a quien lo necesitara.

Un día, mientras paseaba por el parque del barrio, la abuelita encontró a un niño triste sentado en un banco.

Se acercó con su andar pausado y le preguntó:- ¿Qué te pasa, mi niño? El niño levantó la mirada y sus ojos se llenaron de lágrimas. - Es que no tengo amigos en la escuela -respondió sollozando-. Todos se burlan de mí porque soy diferente. La abuelita cariñosa se sentó a su lado y le dio un cálido abrazo.

- No te preocupes, querido. La diferencia es algo hermoso. Cada uno de nosotros es único y especial a nuestra manera. Seguro que hay alguien allí afuera que valorará tu amistad. El niño asintió tímidamente, pero aún estaba triste.

Entonces, la abuelita tuvo una idea brillante. - ¿Sabes qué? Voy a enseñarte algo muy importante: cómo hacer amigos. Siempre funciona para mí. El niño levantó la cabeza con curiosidad e interés.

Así comenzaron las aventuras de la abuelita cariñosa y el niño en busca de nuevos amigos. Juntos recorrieron el vecindario invitando a los niños a jugar al parque, organizaron picnics improvisados e incluso hicieron pequeñas obras de teatro para entretenerlos.

Poco a poco, el niño fue ganando confianza y encontrando amigos que valoraban su amistad sin importar sus diferencias. Un día, mientras estaban en el parque jugando al fútbol con sus nuevos amigos, la abuelita cariñosa notó a una niña triste sentada en un banco.

Se acercó a ella con su sonrisa radiante y le preguntó qué le pasaba. La niña bajó la mirada y dijo:- Todos se burlan de mí porque no sé jugar al fútbol como ellos. Me siento muy sola.

La abuelita cariñosa la invitó a unirse al juego y le enseñó algunos trucos para mejorar su técnica. Pronto, todos los niños estaban riendo y divirtiéndose juntos.

A medida que pasaba el tiempo, la fama de la abuelita cariñosa se extendió por todo el vecindario. Los niños sabían que siempre podían contar con ella para recibir un apoyo incondicional y aprender cosas nuevas.

Un día, cuando Doña Rosita ya era muy mayor, llegaron noticias de que iban a cerrar el parque por reformas. Los niños del vecindario se reunieron en casa de la abuelita para buscar una solución. - ¡No podemos dejar que cierren nuestro parque! -exclamaron todos al unísono.

La abuelita reflexionó durante unos momentos y luego sonrió con picardía. - Tengo una idea -dijo-. Vamos a hacer una gran fiesta en el parque para demostrarles lo importante que es para nosotros. Invitaremos a toda la ciudad y haremos juegos, música y bailes.

Los niños se entusiasmaron con la idea y comenzaron a organizar todo. La abuelita cariñosa, aunque ya no tenía tanta energía como antes, los alentaba y apoyaba en cada paso del camino.

El día de la fiesta llegó y el parque estaba lleno de música, risas y alegría. La abuelita cariñosa miraba desde un rincón con lágrimas de felicidad en sus ojos. - Gracias por hacerme sentir tan querida -susurró para sí misma-.

Mi mayor regalo es verlos a todos juntos, disfrutando de la amistad y el amor que nos une. Y así fue como la abuelita cariñosa dejó un legado eterno en el corazón de aquel barrio.

Su espíritu generoso inspiró a todos los niños a ser amables, comprensivos y valientes para enfrentar cualquier desafío que se les presentara. Y aunque Doña Rosita ya no estaba físicamente presente, su amor perduraba en cada sonrisa compartida entre amigos.

FIN.

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