El Legado de Wilson



Era un soleado día de primavera cuando Lucas encontró a Wilson, su pequeño perrito de pelaje marrón claro, en su cama. "¡Mamá!"- gritó mientras corría hacia la cocina. "¡Wilson no se mueve!"- Su voz temblaba de angustia.

Su mamá, que estaba preparando el desayuno, dejó todo y lo siguió apurada. Al llegar a la habitación, se arrodilló junto al perro. "Oh, cariño..."- susurró, acariciando la cabeza de Wilson. Lucas se arrodilló junto a su mamá, sintiendo que el mundo se desmoronaba a su alrededor.

Esa tarde, mientras el sol se ponía, mamá llevó a Lucas al jardín. "Vamos a hacer una ceremonia de despedida para Wilson"- dijo, mientras cavaba un pequeño hoyo.

Lucas observó, con lágrimas en los ojos, mientras su mamá hablaba. "¿Por qué se tuvo que ir, mamita?"- preguntó con voz entrecortada.

"Porque ninguna mascota es eterna, Lucas. Wilson nos dio muchas alegrías, pero su tiempo llegó a su fin. A veces, la vida tiene sus ciclos"- respondió ella con una voz suave, llenando de cariño sus palabras. "Es importante celebrar los momentos que compartimos con ellos"-

Mientras su mamá preparaba el lugar de descanso, Lucas recordó todos los momentos especiales: los paseos por el parque, las noches en que Wilson lo mantenía en compañía mientras leía, el día que se disfrazó de superhéroe en su cumpleaños.

"Mamá, nunca más voy a tener otra mascota"- dijo Lucas, sintiendo que algo en su corazón se rompía.

Su mamá lo miró fijamente. "Si decides no querer más mascotas, esa es tu decisión, pero quiero que pienses en algo. Las mascotas nos enseñan a amar y a cuidar. Si no les damos ese amor, al final, no queda nada"-

Lucas secó sus lágrimas con la mano que temblaba. "Pero si me duelen tanto sus despedidas"-

"Eso es porque amamos. Entregar amor es valioso, pero también nos hace sentir tristes cuando llega el final. Pero debemos ser valientes y seguir adelante, recordando lo bueno"- sugería su mamá mientras colocaba una pequeña flor en el hoyo que había cavado.

Lucas vio cómo su mamá colocó a Wilson en su lugar de descanso. "Me gustaría recordar a Wilson siempre, pero me da miedo sentirme triste"- confesó el niño.

"Es natural sentirse así, Lucas. Pero siempre puedes recordar lo divertido que era y el amor que le diste"- le dijo su mamá mientras ponía un brazo alrededor de sus hombros.

Ese fin de semana, mamás y niños organizaron un pequeño recuerdo en el jardín. Lucas decidió hacer algo inesperado. Juntó a sus amigos en el barrio y les explicó su idea. "Quiero que cada uno traiga una historia, un dibujo o una receta que compartir con todos. Así recordaremos a Wilson"-

Los amigos, conmovidos, decidieron participar. "Yo puedo hacer un dibujo de Wilson corriendo en el parque"- propuso una niña del grupo. Otra se sumó: "Y yo puedo contar la historia de la vez que comió pastel de cumpleaños y se puso todo hecho un lío"-

Lucas se sintió feliz, su idea había contagió la alegría de recordar a Wilson. El día del encuentro, el jardín se llenó de risas y historias. La tristeza fue reemplazada por sonrisas compartidas.

Desde ese día, Lucas comprendió que aunque ninguna mascota es eterna, el amor que dejamos y el tiempo compartido jamás se pierde. Aprendió a dar todo de sí mismo, porque al final, esos momentos son los que perduran.

Así, decidió que en algún momento, cuando estuviera listo, podría abrir su corazón a un nuevo amigo de cuatro patas, siempre recordando lo especial que fue Wilson y todo lo que le enseñó.

FIN.

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