El legado del maíz sagrado
En un pequeño pueblo rodeado de campos verdes y montañas, vivía una niña llamada Lola. Ella era curiosa, valiente y siempre estaba dispuesta a ayudar a los demás.
Un día, mientras paseaba por el campo, escuchó un susurro proveniente de las altas montañas. "¿Quién está ahí?", preguntó Lola con curiosidad. "Soy el santo maíz", respondió una voz suave y triste. Lola se acercó al cerro y vio al santo maíz escondido entre las rocas.
Estaba cubierto de polvo y sus hojas estaban marchitas. "¿Por qué estás tan triste?", preguntó Lola con ternura.
El santo maíz le contó a Lola que la gente del pueblo había olvidado las ceremonias para honrar la tierra y agradecer por los alimentos que les brindaba. Sin estas ceremonias, el maíz se sentía solo y despreciado. Lola sintió mucha tristeza al escuchar la historia del santo maíz.
Decidió entonces ayudarlo a encontrar la forma de recordar a la gente del pueblo la importancia de respetar la tierra y valorar los alimentos que les proporcionaba. Juntos idearon un plan: organizarían una gran fiesta en honor al santo maíz.
Invitarían a todos los habitantes del pueblo para compartir comida, música y baile, pero sobre todo para recordar las tradiciones olvidadas. La noticia de la fiesta se extendió rápidamente por el pueblo, despertando la curiosidad y emoción de todos.
El día llegó y en el centro del pueblo se levantó un altar decorado con mazorcas de maíz y flores silvestres. La gente comenzó a llegar vestida con sus mejores galas y portando ofrendas de frutas, verduras e incluso algunas semillas para sembrar en honor al santo maíz.
La música resonaba en el aire mientras todos compartían risas, historias y sabrosos platillos preparados con ingredientes locales.
Al caer la noche, bajo un cielo estrellado, se llevó a cabo una emotiva ceremonia donde cada persona expresaba su gratitud hacia la tierra por su generosidad. Todos prometieron no volver a olvidar las tradiciones ancestrales que habían mantenido vivo al pueblo durante tantos años.
El santo maíz observaba desde lo alto del cerro con alegría renovada al ver cómo su presencia había inspirado un cambio positivo en la comunidad. Desde ese día en adelante, el pueblo celebraría cada año una fiesta en honor al maíz como símbolo de gratitud hacia la tierra que les sustentaba.
Y así fue como gracias a Lola, el santo maíz volvió a brillar con fuerza en aquel rincón especial donde reinaba la armonía entre las personas y la naturaleza.
FIN.