El Lenguaje de las Manos



Había una vez una niña llamada Sofía que vivía con sus papás, Ana y Carlos, quienes eran sordos. Aunque Sofía podía oír, desde pequeña se dio cuenta de que sus padres se comunicaban de una manera muy especial: usando sus manos. En su hogar, el lenguaje de las manos era el rey.

Un día, mientras jugaban con bloques de colores en el sillón, Sofía miró a su mamá y le preguntó:

- ¿Mamá, cómo aprendiste a comunicarte con las manos?

Ana sonrió y movió las manos suavemente, formando palabras en lenguaje de señas. Sofía lo observó con gran curiosidad. Era como si las manos de su mamá danzaran en el aire.

Entonces, Carlos se unió al juego y dijo:

- También aprendemos de ti, Sofía. Nos encanta ver cómo usas tus manos y tus expresiones.

Sofía se emocionó y decidió que quería enseñarles algo nuevo. Entonces, decidió invitarlos a jugar a un juego de comunicar emociones solo usando las manos.

- ¡Vamos a jugar a Adivina la emoción!

Ana y Carlos levantaron las cejas, intrigados.

- ¿Cómo se juega? - preguntó Carlos, moviendo las manos en un gesto de duda.

- Voy a hacer una expresión con mis manos y ustedes tienen que adivinar qué emoción es. ¡Pongan mucha atención! - dijo Sofía mientras se preparaba para mostrar su primera emoción.

Sofía levantó las manos y las abrió como si estuviera abrazando a alguien. Ana y Carlos sonrieron, entendiendo rápidamente.

- ¡Amor! - firmaron juntos, mostrando sus propias manos en un gesto de abrazo.

Sofía aplaudió, y todos se llenaron de alegría. Pasaron horas jugando, con risas y sorpresas al descubrir un mundo colorido de emociones. Pero, de repente, Sofía se sintió inquieta porque tenía una emoción que no sabía cómo mostrar. Era la tristeza.

- No sé cómo comunicar eso... - murmuró, mirando al suelo.

Ana, al ver la expresión de su hija, se acercó y la abrazó con cariño. Luego, movió las manos lentamente formando un gesto que parecía una lluvia.

- ¿Llanto? - preguntó Sofía, iluminándose al comprender.

- ¡Exactamente! - respondió Carlos, imitando el gesto de mamá.

Sofía se sintió aliviada al saber que podía expresar todo tipo de emociones usando las manos.

- Ahora me siento lista para mostrarles otra emoción. ¿Listos?

Sus papás asintieron entusiasmados. Sofía levantó sus manos y las movió como un pajarito que volaba.

- ¡Felicidad! - dijeron Ana y Carlos al unísono, agitando las manos en señal de celebración.

Era un juego hermoso que no solo las ayudaba a comunicarse, sino que también fortalecía su lazo familiar. Pero había algo más que querían lograr: contar una historia usando el lenguaje de las manos. Se llegó a un consenso y decidieron que cada uno diría una frase con palabras en señas y luego se unirían todas las frases para crear una historia.

Sofía empezó:

- Una vez, una mariposa voló por el campo.

Ana indicó con sus manos cómo la mariposa abría sus alas con gracia. Carlos continuó:

- La mariposa encontró una flor hermosa.

Sofía luego agregó:

- La flor le dijo: "¡Hola, mariposa!"

Así fueron hilando frase tras frase, creando una historia mágica llena de colores, flores y, por supuesto, emociones.

Al final, sonrieron todos juntos, satisfechos de haber logrado contar aquella historia tan especial entre ellos. La comunicación entre Sofía, Ana y Carlos era un baile continuo, una melodía compartida con sus manos.

- Aprendí que puedo comunicar todo lo que siento con ustedes - dijo Sofía, mientras abrazaba a sus papás.

- Y nosotros aprendimos que el amor no tiene límites - respondió Ana, moviendo suavemente sus manos hacia Sofía.

A medida que pasaban los días, Sofía no solo se sintió más cerca de sus padres, sino que también entendió lo importante que era el lenguaje de las manos, no solo para ellos, sino para todo el mundo.

Así, se comprometió a seguir aprendiendo y comunicándose con amor, porque a fin de cuentas, lo que verdaderamente unía a su familia era el amor que compartían, sin importar el idioma que eligieran usar. Y así, en su hogar lleno de risas y señas, Sofía y sus papás descubrieron que la comunicación era como un hermoso rompecabezas que siempre irían armando juntos, pieza por pieza, desde el amor y con mucho cariño.

Y colorín colorado, ¡este cuento se ha acabado!

FIN.

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