El Lenguaje del Amor



En un pequeño colegio de Buenos Aires, había un niño llamado Mateo que usaba silla de ruedas debido a su parálisis cerebral. A pesar de las dificultades, Mateo era un niño lleno de alegría y siempre buscaba la manera de hacer nuevos amigos.

Un día, mientras todos jugaban en el patio, vio a un niño de ojos brillantes que reía y se movía con libertad. Su nombre era Julián, y aunque no eran amigos, Mateo se sintió atraído por su energía. Julián se acercó a Mateo y, con una gran sonrisa, le dijo:

"¡Hola! Soy Julián, ¿quieres jugar conmigo?"

Mateo sonrió y, aunque no podía responder con palabras, sus ojos brillaron de felicidad. Julián no se dio por vencido y comenzó a hacer ruidos divertidos, como si intentara hablar con él.

Al principio, Mateo no entendía lo que hacía, pero pronto se dio cuenta de que Julián había creado un lenguaje especial solo para ellos.

"Mirá, Mateo, si hago este sonido: ‘¡Ehhh! ’, significa ‘Juega conmigo’. Y si hago esto: ‘¡Uuuuh! ’, es ‘Eres mi amigo’", explicó Julián mientras gesticulaba emocionado.

A lo largo de las semanas, los dos se convirtieron en inseparables. Julián se esforzaba por incluir a Mateo en todos sus juegos, y Mateo, aunque no podía moverse con facilidad, respondía con sus sonrisas y pequeñas sonrisas. Este lenguaje del amor que habían creado juntos les brindaba horas de diversión y felicidad, y Mateo se sentía querido y comprendido.

Sin embargo, un día, la tristeza llegó de repente. Julián comenzó a sentirse mal y no pudo acudir al colegio. Mateo extrañó muchísimo a su amigo y todos los días, de alguna manera, le enviaba un mensaje sonoro usando los gritos y sonidos que habían creado juntos. Así pasaron semanas hasta que, un triste día, apreció que Julián no regresaría porque había partido de este mundo.

Mateo se sintió solo y triste.

"¿Por qué tuvo que irse?" murmuró entre lágrimas.

El mundo había cambiado sin el rayo de sol que era Julián. En su corazón, sin embargo, había una chispa que lo empujaba a recordar todos los momentos felices que habían compartido.

Sin pensarlo, comenzó a hacer sonidos y gritos que sonaban como los que Julián hacía.

"¡Ehhh! ¡Uuuuuh!"

Con cada sonido que salía de su boca, Mateo se sentía un poco mejor. La tristeza empezaba a mezclarse con los recuerdos felices.

Un día, en el patio de la escuela, Mateo decidió compartir su lenguaje especial con otros niños.

"Miren, así es como jugaba Julián conmigo... ¡Ehhh! ¡Uuuuuh!"

Los otros niños, al principio confundidos, comenzaron a reírse y a imitarlo.

"¿Eso significa que somos amigos, Mateo?" preguntó una niña.

Mateo asintió, sonriendo de una manera que iluminó su rostro. Desde entonces, el lenguaje del amor que Julián había creado con él se convirtió en un símbolo de amistad en el colegio. Todos los niños comenzaron a jugar y comunicarse a su manera especial.

Con el tiempo, Mateo aprendió que aunque Julián no estuviera físicamente, su amistad y todos los momentos que habían compartido vivirían siempre en su corazón. El dolor de la pérdida fluía con cada sonido que hacían juntos, y así, por amor a su amigo, Mateo continuaba hablando el lenguaje que ellos habían creado.

Al final, Mateo comprendió que el amor no se esfuma, vive en las memorias, en las risas que compartimos, y en cada vez que decidimos seguir adelante, recordando los momentos especiales.

FIN.

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