El León Hambriento y Su Gran Aventura



Era un hermoso día en la selva y todos los animales estaban en pleno apogeo. Entre ellos, el majestuoso Señor León recorría su reino con un rugido que hacía temblar hasta a los árboles. Sin embargo, hoy algo era diferente: el león tenía una gran hambre. No era una simple hambre; era un deseo intenso que parecía no apagarse con nada.

-Ahh, ¡qué hambre tengo! -exclamó el Señor León mientras se frotaba la panza con sus fuertes patas-. No puedo seguir así. Necesito encontrar algo delicioso para comer.

El Señor León, convencido de que había que hacer algo al respecto, decidió emprender una aventura para calmar su apetito. Caminó por la selva, preguntando a cada animal que encontraba.

-Hola, querida cebra. ¿Ves algo rico por aquí? -preguntó el león, con una mirada esperanzada.

-Tengo un montón de pasto fresco, pero no creo que eso te sirva, Señor León -respondió la cebra con una sonrisa tímida.

El león siguió su camino y se encontró con el astuto zorro.

-Hola, zorrito. ¿Qué puedes recomendarme para comer? -inquirió el león con curiosidad.

-El río tiene peces frescos, pero no sé si eso es lo que buscas -dijo el zorro, inclinando su cabeza.

El Señor León decidió ir hacia el río, aunque no estaba seguro de si comería peces. Al llegar, se encontró con la tortuga.

-Hola, tortuga. ¿Sabes de algún manjar por aquí? -preguntó el león, comenzando a sentirse frustrado.

-Podés probar los camarones que se esconden entre las rocas. Son muy sabrosos -respondió la tortuga, despacito pero segura de su consejo.

Emocionado, el león se acercó al agua, pero justo en ese momento, un pez volador saltó y escupió agua en su cara.

-¡Oh, qué sorpresa! -gritó el león riendo-. Eso sí que no me lo esperaba. Pero, ¿dónde están esos camarones?

Comenzó a buscar entre las rocas, pero se dio cuenta de que no era tan fácil. Los camarones eran rápidos y se escondían bien. A pesar de su grandeza y su rugido aterrador, el Señor León no podía atrapar ni uno.

-Bueno, parece que no soy tan bueno buscando camarones -dijo el león un poco desanimado-. Tal vez deba buscar otro tipo de comida.

Decidió retirarse del río, pero en su camino volvió a cruzarse con la cebra.

-¿Cómo te fue, Señor León? -preguntó la cebra, con curiosidad.

-No encontré nada. No puedo creer que no haya pescado a los camarones -contestó el león, ahora con un aire de tristeza.

La cebra, compasiva, le dijo:

-Podés probar otra vez. A veces, la comida no aparece de inmediato. A veces, hay que tener paciencia.

El león asentó con la cabeza, sintiendo que tal vez su hambre no era tan urgente. Decidió, entonces, buscar cosas para comer más entretenidas. Vio una linda frutas colgando de un árbol y se le iluminó la cara.

-¡Esto puede ser una buena alternativa! -se emocionó mientras saltaba, decidido a probar las sabrosas frutas.

Cuando se acercó al árbol, descubrió que alcanzar las frutas requería un poco más de esfuerzo del que esperaba. Se esforzó, saltó, e incluso pidió ayuda a sus amigos, quienes lo animaron a no rendirse.

-Con forma de león, no puedo rendirme tan fácilmente -se dijo a sí mismo, recordando que era el rey de la selva.

Finalmente, con ayuda del ave más pequeña de la selva, que volaba entre las ramas, el Señor León logró obtener algunas frutas. Y todavía tenía hambre, pero ya no se sentía frustrado.

Mientras comía sus frutas, todos sus amigos se unieron a él para compartir la comida. La cebra, el zorro, y la tortuga se sentaron a su alrededor, y juntos disfrutaron del día, riendo y compartiendo historias.

-¿Ves, León? No solo los camarones eran una buena opción. Esta comida es mucho más rica, y más importante, la compartimos juntos -dijo la tortuga.- ¡La amistad hace todo más sabroso!

El Señor León sonrió, sintiéndose satisfecho no solo por haber comido, sino también por haber compartido el momento con sus amigos.

-Yo era un rey hambriento, pero ahora soy un rey feliz, gracias a ustedes -dijo el león, levantando su copa de frutas en señal de celebración.

Desde ese día, el Señor León aprendió que a veces, la paciencia y la compañía de buenos amigos son la mejor manera de satisfacer no solo el hambre física, sino también el hambre del corazón.

FIN.

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