El León y la Niña del Bosque



En un frondoso bosque, lleno de árboles altos y flores de colores, vivía una niña llamada Lía. Lía era muy curiosa y le encantaba explorar. Un día, decidió aventurarse un poco más lejos de su casa de lo habitual. Mientras corría y reía entre los árboles, se dio cuenta de que había dejado de escuchar a su mamá llamándola. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba completamente perdida.

—¿Dónde estoy? —se preguntó Lía con voz temblorosa—. ¡Mamá! ¡Mamá!

Lía empezó a caminar, mientras su corazón latía con fuerza. A cada paso, pensaba en cómo volver a casa. Pero, por más que se esforzara en recordar el camino, todo le parecía igual. Había árboles enormes, arbustos espinosos y el canto de aves que sonaba a su alrededor.

De pronto, sintió un movimiento entre los arbustos. Se detuvo, paralizada del miedo. Pero, para su sorpresa, un magnífico león apareció ante ella. Su melena era dorada como el sol y su porte, imponente.

—No temas, pequeña —dijo el león con una voz suave y amistosa—. No voy a hacerte daño. Estoy aquí para ayudarte.

Lía, intrigada, dejó de temer y levantó la mirada.

—¿Me ayudarás a encontrar el camino de regreso a casa? —preguntó esperanzada.

—Claro, pero primero debes aprender a no perderte. Ven aquí, sigue mis pasos —respondió el león, guiándola con su gran cola que rozaba el suelo.

Lía siguió al león, que la llevó a un claro donde el sol brillaba intensamente. Se sintió más segura a su lado.

—Mira a tu alrededor —dijo el león—. ¿Ves todos esos árboles? Cada uno tiene su propio patrón y forma. Aprende a observar.

—¿Observar? —preguntó Lía mientras miraba los árboles más de cerca.

—Sí —continuó el león—. Fíjate en las hojas, en cómo se organizan. Busca un punto de referencia, algo que puedas recordar para guiarte. Así, nunca te perderás.

Lía comenzó a prestar atención. Notó un árbol con un tronco torcido y grandes hojas verdes que brillaban al sol.

—Ese árbol será mi punto de referencia —dijo Lía con una sonrisa—. Nunca lo olvidaré.

—¡Exacto! —exclamó el león—. Y ahora, mira el camino. Cuando regreses, sigue siempre la dirección de este árbol torcido.

Lía se sintió aliviada, pero luego recordó algo.

—Pero, ¿y si me encuentro con otros animales? Tal vez no todos sean tan amables como vos.

El león asintió, comprendiendo su preocupación.

—Es importante recordar que no todos los animales son peligrosos. Pero debes ser valiente y respetuosos con ellos. Si te encuentras con alguien, antes de moverte, respira profundo y observa. Si se siente seguro, puedes acercarte.

Lía asintió, comprendiendo la sabiduría del león. Entonces, el león le mostró el camino y, al enrumbarse, le dijo:

—Recuerda siempre, no solo se trata de encontrar el camino de regreso, sino de aprender del viaje.

Con un nudo en la garganta, Lía se despidió de su nuevo amigo.

—Gracias, león. No solo me ayudarás a volver, sino que también me has enseñado a ser valiente y a tener cuidado en este bello bosque.

—Hasta pronto, Lía. Recuerda que siempre que te sientas perdida, mira hacia adentro y usa lo que has aprendido.

Con el corazón lleno de nuevas enseñanzas, Lía siguió el camino. Cuando finalmente vio el árbol torcido, sonrió, muy emocionada por haber aprendido algo valioso. Al llegar a su casa, su madre la abrazó, aliviada de que Lía hubiera regresado sana y salva.

Desde ese día, Lía nunca dejó de explorar, pero ahora lo hacía con más cuidado y curiosidad. Y en su corazón, llevaba la amistad del león y las lecciones que le enseñó sobre la valentía y la atención. Siempre que se sentía un poco perdida, recordaba que cada aventura traía consigo una enseñanza que podía hacerla más fuerte y sabia.

Y así, Lía nunca olvidó su encuentro con el león del bosque, un amigo que la había rescatado y que la había ayudado a encontrar no solo el camino, sino también la confianza en sí misma.

FIN.

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