El libro de los deseos mágicos



Había una vez una madre llamada Ana, que vivía en un pequeño pueblo de Argentina. Aunque era muy querida por todos, sentía un vacío en su corazón.

Deseaba con todo su ser tener una familia con la que compartir momentos felices y especiales. Un día, mientras caminaba por el bosque cercano a su casa, encontró un antiguo libro mágico. Sin pensarlo dos veces, decidió abrirlo y leer las extrañas palabras escritas en sus páginas.

Para su sorpresa, el libro concedía deseos.

Ana cerró los ojos y pidió con todas sus fuerzas: "¡Deseo tener una familia!" Al instante, se escuchó un fuerte estruendo y cuando abrió los ojos, vio frente a ella a un hombre apuesto de cabellos oscuros y ojos brillantes. Era su marido. El hombre sonrió amorosamente y dijo: "Hola Ana, soy Andrés, tu esposo. " Ana no podía creer lo que veían sus ojos.

¡Había creado a su pareja perfecta! Pero eso no era todo. De repente, aparecieron dos niños también frente a ella. Eran Juanito y Luciana, sus hijos. Cada uno tenía rasgos parecidos a los de Ana e irradiaban alegría y amor.

A medida que pasaban los días juntos como familia, Ana comenzó a darse cuenta de algo peculiar: cada uno de ellos tenía sentimientos que eran parte de ella misma.

Andrés representaba la valentía y la determinación; Juanito encarnaba la curiosidad e inteligencia; mientras que Luciana irradiaba dulzura y compasión.

Un día soleado mientras estaban en el parque, Ana se sentó junto a Andrés y le preguntó: "¿Te das cuenta de que cada uno de nosotros tiene un pedacito de mí?" Andrés asintió con una sonrisa y respondió: "Sí, cariño. Tú eres el corazón que nos une a todos". La familia vivía momentos maravillosos juntos.

Iban a pasear al río, cocinaban deliciosas comidas y siempre se apoyaban mutuamente en los momentos difíciles. Un día, mientras estaban cenando en la mesa, Juanito miró a su mamá y dijo: "Mamá, quiero ser como tú cuando crezca. Eres valiente y siempre encuentras una solución para todo".

Ana sintió un gran amor por su hijo y lo abrazó con ternura. Pero la vida les tenía preparado un giro inesperado. Un fuerte viento sopló ese mismo día y se llevó el libro mágico lejos de ellos.

La familia ya no podía crear más deseos mágicos. Aunque Ana estaba triste por perder el libro, sabía que lo más importante era lo que tenían entre ellos: amor verdadero y valores compartidos. Pasaron los años y los hijos crecieron convirtiéndose en adultos responsables e independientes.

Cada uno decidió seguir sus propios caminos pero siempre mantuvieron ese vínculo especial con su madre.

Y así fue como Ana comprendió que tener una familia no solo significaba tener personas a tu lado, sino también cultivar esos valores importantes que te hacen ser quién eres. Desde aquel día en el bosque mágico, Ana supo que ella era la creadora de su propia felicidad y que su familia era un reflejo de todo lo que valoraba en la vida.

Y siempre recordó, con una sonrisa en el rostro, el día en que su deseo se hizo realidad gracias al amor y a la magia que había dentro de ella.

FIN.

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