El Libro de los Mundos Mágicos
Era un día soleado en el barrio de La Esperanza y un grupo de amigos decidió reunirse en el parque. Estaban Sofía, Lucas, Valentina y Mateo, todos llenos de energía y curiosidad. Mientras jugaban al escondite, Lucas encontró un libro viejo y polvoriento bajo un árbol.
- ¿Qué es esto? - preguntó Lucas, sosteniendo el libro con una mezcla de sorpresa y emoción.
- ¡Abrilo! - exclamó Sofía, que siempre había sido la más aventurera del grupo.
Lucas lo abrió y, de repente, una luz brillante salió del libro, envolviéndolos a todos. El viento sopló fuerte y en un parpadeo, se encontraron en un mundo completamente diferente: un bosque lleno de criaturas mágicas.
- ¡Guau! - dijo Valentina, mirando a su alrededor con asombro. - ¿Dónde estamos?
- Creo que este es un mundo de cuentos - indicó Mateo, al observar a un dragón volando en el cielo.
Decidieron explorar y pronto se encontraron con un hada llamada Lila, que les explicó que cada vez que abrían el libro, podían viajar a un mundo distinto. En ese momento, el libro comenzó a brillar de nuevo.
- ¡Vamos a otro mundo! - dijo Sofía con entusiasmo. Todos tomaron de la mano a Lila y abrieron el libro juntos.
De repente, el suelo tembló y se encontraron en una playa llena de arena de colores brillantes.
- ¡Esto es increíble! - dijo Mateo, mientras sus pies se hundían en la suave arena.
Allí conocieron a un grupo de niños que construían castillos de arena, pero se veían tristes.
- ¿Qué les pasa? - preguntó Valentina.
- ¡No tenemos con qué decorar nuestros castillos! - respondieron los niños.
- ¡Nosotros podemos ayudar! - sugirió Sofía, ya que le encantaba la creatividad. Juntos, decidieron buscar conchitas y piedras coloridas para embellecer los castillos. Mientras trabajaban, aprendieron sobre la importancia de compartir y colaborar, creando juntos algo hermoso.
Una vez terminado el castillo, los niños de la playa sonrieron y agradecieron a Sofía, Lucas, Valentina y Mateo. El grupo estaba feliz, pero el libro comenzó a brillar de nuevo, y esta vez los llevó a un mundo misterioso donde todo estaba en penumbras.
- Este lugar me da miedo - murmuró Lucas.
- ¡No te preocupes! - dijo Sofía. - Quizás solo necesitemos encender un poco de luz.
Mientras exploraban, encontraron a unas criaturas que parecían sombras, pero que se sentían solas. Entendieron que esas criaturas solo necesitaban compañía y comenzaron a hablar con ellas. Con cada palabra amable, un poco de luz comenzó a aparecer.
- ¡Mirá! Se están iluminando - exclamó Valentina.
Así, los niños aprendieron que a veces, lo que parece oscuro puede llenarse de luz con un poco de amabilidad y amistad. Una vez que todo estuvo iluminado, el libro brilló una vez más y los llevó a un mundo lleno de música y danza.
Allí conocieron a un grupo de animales que estaban organizando un gran festival.
- ¡Pero no tenemos suficientes invitados! - dijo un conejo con un chaqué.
- ¡Podemos ayudar! - dijo Lucas. - Vamos a invitar a todos.
Juntos, recorrieron el bosque, animando a cada animal a participar en el festival. Cuando todo estuvo listo, la fiesta comenzó, y el lugar se llenó de risas y alegría.
- ¡Esto es fantástico! - gritó Mateo, mientras bailaba con un oso que tocaba el tambor.
Finalmente, el libro brilló una último vez, llevándolos de regreso a su parque. Exhaustos pero felices, se sentaron juntos bajo el árbol donde había comenzado todo.
- ¡No puedo creer que hayamos viajado a tantos mundos! - dijo Sofía, sonriendo.
- Y aprendimos tanto sobre la amistad y la colaboración - añadió Valentina, mirando el libro que aún brillaba en sus manos.
- Sí, ¡la imaginación no tiene límites! - comentó Lucas.
- Especialmente cuando estamos juntos - concluyó Mateo.
Desde ese día, el grupo de amigos decidió hacer del libro un tesoro. Cada vez que lo abrían, sabían que no solo descubrirían nuevos mundos, sino también lecciones valiosas sobre la diversidad y lo importante que es usar la imaginación y la lectura para llevar alegría a sus vidas y a las de los demás.
FIN.