El libro mágico de Mateo
Había una vez un niño llamado Mateo, que tenía muchas ganas de conocer a Jesús y ser su amigo. Desde muy pequeño, había escuchado historias sobre cómo Jesús ayudaba a las personas y les enseñaba cosas maravillosas.
Mateo soñaba con tener la oportunidad de hablar con él y aprender de sus enseñanzas. Un día, mientras caminaba por el parque, Mateo encontró un libro antiguo en un banco.
Al abrirlo, vio que era una guía para encontrar a Jesús. Emocionado, decidió seguir las instrucciones del libro al pie de la letra. La primera tarea consistía en hacer tres buenas acciones cada día.
Mateo se propuso ayudar a su mamá con los quehaceres del hogar y compartir su merienda con un compañero de clase que siempre estaba solo durante el recreo. Al día siguiente, mientras jugaba en el parque, vio a un perrito perdido y asustado.
Sin dudarlo, se acercó lentamente y logró calmarlo para luego buscar al dueño gracias al collar con su nombre. La alegría del dueño al reencontrarse con su mascota fue inmensa.
Mateo seguía realizando buenas acciones todos los días: reagarrando basura en la calle, ayudando a cruzar la calle a los ancianos e incluso compartiendo sus juguetes con niños necesitados. Pasaron varias semanas siguiendo las indicaciones del libro hasta llegar a la última página donde decía: "Para conocer a Jesús debes abrir tu corazón".
Mateo no entendió muy bien qué significaba eso pero sabía que quería hacerlo. Una tarde soleada, mientras Mateo jugaba en el parque, conoció a un niño llamado Juan. Parecía triste y solitario, así que Mateo decidió acercarse y preguntarle si quería jugar.
Juan aceptó de inmediato, y juntos se divirtieron durante horas. Con el tiempo, Mateo descubrió que Juan vivía en una casa para niños sin hogar.
Sin pensarlo dos veces, invitó a su nuevo amigo a pasar una tarde en su casa. La mamá de Mateo los recibió con alegría y prepararon una deliciosa merienda para compartir. Mientras compartían historias y risas, Mateo sintió algo especial en su corazón.
Era como si Jesús estuviera allí con ellos, disfrutando de ese momento de amor y amistad genuina. Desde ese día, Mateo entendió que Jesús estaba presente en cada acto de bondad y amor hacia los demás.
No era necesario verlo físicamente para sentir su presencia; estaba en cada sonrisa compartida, en cada palabra amable y en cada gesto generoso. Mateo aprendió que ser amigo de Jesús significaba ser amable con los demás, ayudar siempre que pudiera y abrir su corazón al amor incondicional.
A partir de entonces, prometió seguir haciendo buenas acciones todos los días para mantener viva la amistad con Jesús.
Y así fue como nuestro pequeño héroe comprendió que conocer a Jesús no era solo cuestión de fe o religión, sino más bien una forma maravillosa de vivir: siendo un buen amigo para todos aquellos que lo necesitaran.
FIN.