El Lobizón y la valentía del abuelo Juan



Había una vez, en un pintoresco pueblo de la Argentina llamado Villaluna, donde las noches de luna llena eran días de misterio y aventuras. El pueblo estaba rodeado de colinas y campos verdes, y en cada casa se contaban historias. Una de esas historias era la del lobizón, una criatura mitad hombre y mitad lobo que, según se decía, aparecía cuando la luna brillaba con fuerza.

El abuelo Juan, un hombre de pelo gris y ojos chispeantes, era conocido por contar historias fascinantes sobre el lobizón. Los niños del pueblo lo escuchaban con atención, especialmente en las noches de luna llena.

-un día, mientras contaba una de sus historias en la plaza, un niño llamado Mateo interrumpió, curioso "¿Abuelo, ¿vos creés que el lobizón es real realmente?"

El abuelo Juan sonrió. "¡Claro que sí! Pero, más que un monstruo, es una metáfora sobre enfrentar nuestros miedos. La noche que lo vi, estaba regresando de cerrar el establo y lo vi a lo lejos. Era grande y animal, pero no sentí miedo, sino curiosidad."

Mateo frunció el ceño. "Pero, abuelo, ¿cómo no tuviste miedo?"

"Porque comprendí que a veces lo que tememos puede ser también una oportunidad para conocer algo nuevo. Aunque, sí, la primera impresión fue asustadora, me acerqué un poco más y descubrí que el lobizón solo estaba asustado y solo. En realidad, sólo quería compañía" - contestó Juan, con un brillo en los ojos.

Los otros niños comenzaron a murmurar, sintiéndose intrigados. "¿Te imaginás si lo encontramos alguna noche de estas?" - sugirió Sofía, una valiente niña con trenzas largas.

"Podríamos ser amigos del lobizón" - agregó Lucas, emocionado por la idea.

Juan miró a los niños. "Hay que recordar que el lobizón puede ser solo un símbolo de lo desconocido. No todos los extraños son peligrosos. Si un día lo ven, sólo recuerden lo que les digo: abran sus corazones y sean valientes en lugar de temerosos."

Esa noche, mientras la luna llenaba el cielo de luz, los niños decidieron aventurarse al bosque. "No hay que tenerle miedo, sólo curiosidad" - dijo Mateo, decidido.

Con pasos seguros, avanzaron. El aire estaba fresco y cada sombra parecía cobrar vida. Después de un rato, el brillo de sus linternas iluminó una figura peluda que los observaba desde detrás de un árbol.

"¡Ahhh!" - gritaron al unísono. La criatura dio un salto y las hojas crujieron al hacerlo. Sin embargo, cuando la figura se acercó, pudieron ver que en realidad era un lobo, pero no un lobizón.

Sofía tomó la delantera y, con valentía, se inclinó hacia el animal. "Hola, amigo. No queremos hacerte daño. Solo buscamos entenderte."

El lobo la miró con sorpresa, pero en lugar de huir, se quedó quieto, moviendo la cola lentamente.

Lucas, tras la valentía de Sofía, se armó de valor. "Tal vez si somos amables, podamos aprender más de la naturaleza que nos rodea."

Y así, los niños empezaron a jugar con el lobo, quien se convirtió en su amigo nocturno. Con cada risita y movimiento, se desvanecieron los miedos.

De repente, escucharon un aullido lejano. "¡Es el lobizón! ¡Corramos!" - gritó Mateo, pero Sofía contestó, "No, esperen, hemos aprendido que no hay que temer a lo desconocido. Vamos a ver qué pasa."

Los niños se acercaron, viendo cómo una figura grande y peluda se acercaba lentamente. Con el corazón latiendo rápido, se dieron cuenta de que era el lobizón, pero esta vez no era un monstruo, sino una criatura asustada, con ojos tristes.

"¿Por qué lloras, amigo lobizón?" - preguntó Sofía con dulzura.

"Estoy solo... y la luna llena me recuerda lo triste que estoy. Todos me temen, y no tengo amigos" - contestó el lobizón.

"No tienes por qué estar solo. Nosotras podemos ser tus amigos, si quieres" - dijo Mateo, acercándose con cuidado.

El lobizón miró a los niños, sorprendido por su gentileza. "¿De verdad me aceptarían?"

Y así, en esa mágica noche, el lobizón dejó de ser una criatura temida. Los niños aprendieron que, a veces, lo que nos asusta puede esconder un corazón solitario y que con un poco de valentía y amabilidad, se puede cambiar la historia de alguien.

Regresaron al pueblo con una nueva amistad, y nunca más tuvieron miedo del lobizón, que ahora era sólo el amigo que juega bajo la luna llena.

Así, el abuelo Juan siguió contando su historia, ahora con un final feliz, recordándole a todos que hay que enfrentar nuestros miedos con amor y compasión.

"A veces, lo que más tememos puede ser sólo una oportunidad de hacer un amigo", solía repetir con una sonrisa, y los niños de Villaluna, nunca lo olvidaron.

FIN.

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