El lobo del bosque encantado



En un frondoso bosque, donde los árboles eran tan altos que parecían tocar el cielo, vivía un lobo llamado Luno. A pesar de que era un lobo, Luno no era como los demás; él no quería asustar a los animales ni ser una amenaza. Su sueño era tener amigos y compartir aventuras, pero su apariencia y la fama de su especie lo hacían temido por todos.

Un día, mientras Luno paseaba por su hogar, escuchó un susurro que venía de un arbusto cercano.

- ¡Ayuda, por favor! - gritaba un pequeño conejito atrapado entre las ramas.

Luno dudó un momento. Los demás animales lo mirarían con desconfianza, pero no podía ignorar el llanto del conejito. Con determinación, se acercó.

- No temas, pequeño, voy a ayudarte - dijo Luno con su voz más suave.

- ¿De verdad? - preguntó el conejito, algo escéptico.

- ¡Sí! - respondió Luno mientras utilizaba sus fuertes patas para mover las ramas y liberar al conejito.

El conejito, que se llamaba Pipo, miró sorprendido a Luno.

- Gracias, no me puedo creer que un lobo como vos me haya salvado - dijo Pipo con gratitud.

- La apariencia no lo es todo, Pipo. En el bosque hay que mirar más allá - explicó Luno. A partir de ese día, Pipo se convirtió en su mejor amigo.

Con el tiempo, Luno y Pipo comenzaron a explorar juntos el bosque. Conocieron a una tortuga llamada Tula, que también se convirtió en parte de su grupo. Sin embargo, un día, los tres amigos encontraron una cueva oscura y misteriosa.

- No sé si deberíamos entrar allí - dijo Tula, temerosa.

- Yo tampoco - concurrió Pipo - pero, ¿y si encontramos algo increíble?

Luno, que era un lobo valiente, decidió dar el primer paso.

- ¡Vamos! Lo único que podemos hacer es ser cautelosos. Quizás encontremos un tesoro escondido - animó.

Con un poco de miedo, pero mucha curiosidad, los tres amigos se adentraron en la cueva. Adentro, vieron todo tipo de estalactitas brillantes. Todo era maravilloso, pero de repente, escucharon un estruendo. ¡La cueva se empezó a derrumbar!

- ¡Rápido, salgamos de aquí! - gritó Tula.

Luno tomó la delantera, guiando a sus amigos hacia la salida.

- ¡Sigan mis pasos! - dirigió Luno, corriendo con agilidad. Pipo y Tula lo siguieron tan rápido como pudieron. Justo cuando estaban a punto de salir, Pipo se tropezó y cayó al suelo.

- ¡No puedo dejarte! - gritó Luno y volvió sobre sus pasos para ayudar a su amigo.

Con un empujón, Luno levantó a Pipo y lo llevó hacia la luz de la salida, justo cuando la cueva colapsaba detrás de ellos.

- ¡Lo logré! ¡Estamos a salvo! - exclamó Luno, exhausto pero feliz.

- Gracias, Luno - respiró Pipo mientras se recuperaba. - No sé qué haría sin vos.

- Lo hicimos juntos, no podría dejar a un amigo atrás - respondió Luno, sonriendo.

Desde aquel día, los otros animales del bosque empezaron a ver a Luno con otros ojos. Se dieron cuenta de que él no era solo un lobo, sino un amigo leal, valiente y comprensivo.

Un mes después, un gran festival se organizó en el bosque, donde todos los animales celebraron la amistad. Luno, Pipo y Tula fueron los invitados de honor.

- ¡Vivan los amigos! - gritó Tula, levantando su pata en señal de celebración.

- ¡Vivan! - respondieron todos mientras reían y danzaban.

Luno, por primera vez en su vida, sintió que era aceptado y querido. Y así, en el bosque encantado, el lobo que una vez fue temido, llegó a ser uno de los más queridos protagonistas de todas las historias.

Desde entonces, el bosque fue un lugar donde todos aprendieron a mirar más allá de las apariencias y a valorar la amistad.

Y aunque en el bosque habitaban muchas criaturas, nunca olvidaron al lobo que era un buen amigo.

- ¡Así que recordá! - le decía Luno a los pequeños que se acercaban a escuchar su historia - No importa cómo se vea alguien, siempre hay que conocer su corazón.

Y así, los niños del bosque aprendieron a ser amables y a nunca juzgar por las apariencias, porque lo que importa está en el interior.

FIN.

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