El Lobo Marino y la Red Enredada



En un brillante día en el puerto, un lobo marino llamado Leo nadaba felizmente por las aguas azules. A Leo le encantaba jugar y, sobre todo, le encantaba comer. Un día, mientras exploraba cerca del muelle, encontró una red llena de pescados frescos.

- ¡Mmm! ¡Qué ricos se ven esos peces! - exclamó Leo, frotándose las aletas en señal de emoción.

Sin pensarlo dos veces, Leo decidió que sería un excelente almuerzo. Nadando ágilmente, se acercó a la red y comenzó a pescarlos uno a uno. Entre saltos y vueltas, se olvidó del tiempo. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de atrapar el último pez, Leo notó que los cordones de la red lo estaban atrapando.

- ¡Oh no! - gritó Leo - ¿Qué está pasando?

La red comenzó a ceñirse a su cuerpo. Se retorció y pateó, pero fue en vano. Leo estaba atrapado.

- ¡Ayuda! ¡Ayúdame! - rugió desesperado, mientras nadaba en círculos, pero nadie parecía escuchar.

En el puerto, un pescador llamado Juan había estado reparando su bote, cuando oyó el alboroto que hacía el lobo marino.

- Eso suena como un animal en problemas - pensó Juan y rápidamente se dirigió hacia el agua.

Cuando Juan llegó al borde del muelle, vio a Leo tratando de liberarse. Entonces, se arrojó al agua, nadando hacia el lobo marino.

- ¡No te preocupes! Estoy aquí para ayudarte - le gritó Juan con calma.

- ¡Estoy atrapado! ¡No puedo moverme! - respondió Leo, con la voz entrecortada por el miedo.

Juan se acercó cuidadosamente para no asustar aún más a Leo. Con sus manos, empezó a desenredar la red que atrapaba al lobo marino.

- Respira hondo, todo va a estar bien - le dijo Juan mientras trabajaba. - ¡Pronto estarás libre!

Después de unos momentos que parecieron eternos, Juan logró liberar a Leo. El lobo marino, al ver que ya no estaba enredado, dio un salto de alegría.

- ¡Soy libre! ¡Gracias, amigo humano! - dijo Leo, balanceándose de un lado a otro en el agua.

- Pero ten cuidado, Leo. Las redes pueden ser muy peligrosas - advirtió Juan. - La próxima vez que quieras comer, asegúrate de hacerlo lejos de las trampas.

- Tienes razón, Juan. Me dejé llevar por la tentación y no pensé en las consecuencias - dijo Leo, con un aire de reflexión.

- Y recuerda, siempre hay una manera de pedir ayuda. Nunca dudes en llamar si te encuentras en problemas - dijo Juan con una sonrisa.

Leo, ahora más sabio, prometió a Juan no volver a jugar cerca de las redes. Con cada pez que capturaba, recordaría la importancia de la precaución. Desde ese día, se convirtió en un guardián del puerto, asegurándose de que otros animales estuvieran a salvo de las trampas de pesca.

Así, el lobo marino aprendió que a veces, la diversión y la comida no valen la pena si uno no está cuidando su propia seguridad. Y siempre que necesitara ayuda, sabía que podía contar con un buen amigo como Juan. Juntos, cuidando del mar y haciendo del puerto un lugar seguro para todos.

Fin

FIN.

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