El Lobo que Quería ser Abeja
En un bosque frondoso y alegre, vivía un lobo llamado Lucho. A diferencia de los otros lobos, Lucho no se sentía cómodo con su aspecto fuerte y temible. En cambio, admiraba a las abejas que revoloteaban de flor en flor, creando deliciosa miel. Lucho soñaba con ser una de ellas, ser pequeño y volar libremente.
Un día, decidió que debía encontrar la manera de convertirse en una abeja. Se acercó a Rosario, la abeja más sabia del colmenar.
-Lucho, ¿qué te trae por aquí? -preguntó Rosario, mientras zumbaba cerca de una flor.
- Quiero ser una abeja como ustedes. Quiero volar y hacer miel -respondió Lucho con una mezcla de entusiasmo y nervios.
- Pero Lucho, tú eres un lobo. Eres fuerte y valiente, no hay nada de malo en ser quien eres -dijo Rosario, recordando las travesuras del lobo en el bosque.
- ¡Pero las abejas son tan felices! No tengo amigos y siempre me sienten temidos. Si fuera una abeja, podría tener muchos amigos -explicó Lucho con un suspiro.
Rosario pensó un momento y luego sonrió.
- Está bien, Lucho. Te diré cómo puedes ser como una abeja, pero debes prometerme que serás el mejor lobo que puedas ser. No intentes cambiar quién eres, sino mejorar lo que ya tienes -dijo Rosario, volando en círculo alrededor de él.
- Prometo ser el mejor lobo que pueda ser -respondió emocionado Lucho.
Primero, Rosario le enseñó a ser amable y a compartir, así que Lucho comenzó a invitar a los animales del bosque a jugar. Atraídos por su gran corazón, los demás animales empezaron a acercarse a él.
- ¡Hola Lucho! ¿Podemos jugar a las escondidas? -preguntó Tito, el conejito.
- ¡Claro que sí! -contestó Lucho emocionado.
Y así, poco a poco, Lucho comenzó a hacer nuevos amigos. Descubrió que podía ser fuerte y, a la vez, amable. Sin embargo, aún anhelaba volar como las abejas. Un día, mientras jugaban, Lucho tuvo una idea brillante.
- ¿Qué pasaría si construimos una gran cometa? -sugirió Lucho a sus amigos.
- ¡Me gusta la idea! -gritó Paula, la ardilla.
Con la ayuda de todos, lograron hacer una enorme cometa que Lucho pudiera llevar.
- ¡Listo! ¡Vamos a probarla! -exclamó Lucho mientras atrapaba la cuerda con su poderosa boca y empezaba a correr con fuerza.
Cuando la cometa comenzó a elevarse, los animales gritaban de alegría.
- ¡Mirá, Lucho! ¡Estás volando! -gritó Tito, aplaudiendo.
Lucho sintió el viento en su pelaje y, por un instante, se sintió como una abeja, volando alto entre los árboles. Era feliz. Todo el bosque lo miraba con admiración, ya no era sólo el lobo temido, sino un amigo que les traía alegría.
- Lo ves, Lucho, no necesitas ser como nosotras para ser especial -dijo Rosario desde su flor, sonriendo.
Al final de la tarde, mientras la luz del sol comenzaba a ocultarse, Lucho se dio cuenta de que ser un lobo tenía su propio encanto y que no había razón para cambiarse a sí mismo. Cuando finalmente se retiró a su cueva, se sintió agradecido. Había aprendido una valiosa lección: ser tú mismo es lo más importante.
- Hice nuevos amigos y me divertí como una abeja, pero brillando en mi propia piel -murmuró para sí mismo con una gran sonrisa.
Desde ese día, Lucho continuó disfrutando de su vida como lobo, ayudando a sus amigos y aprendiendo que la verdadera belleza reside en aceptarnos y celebrar quienes somos.
FIN.