El lobo y la chirimoya
En un bosque encantado vivía un lobo feroz que tenía un gusto muy particular: le encantaba comer chirimoyas. Pasaba sus días correteando entre los árboles, buscando las chirimoyas más jugosas y dulces que pudiera encontrar.
Su pelaje gris oscuro se camuflaba perfectamente con el entorno, lo que le permitía moverse sigilosamente y sorprender a su presa. Pero el lobo, además de ser feroz, era un tanto hablador.
Le gustaba pasearse por el bosque contando cuántas chirimoyas había devorado y alardeando de su destreza para encontrarlas. Un día, mientras se pavoneaba por el bosque, divisó una rosa hermosa y brillante. "¡Vaya, qué hermosa rosa!" exclamó el lobo, acercándose para olerla.
Pero lo que no sabía era que en la prisa por admirar la rosa, se había acercado demasiado y una de sus espinas afiladas se clavó en su hocico. El lobo aulló de dolor y se retiró, con el hocico lastimado, lamentando su descuido.
Durante varios días, el lobo se mantuvo alejado de la rosa, sintiéndose arrepentido por su imprudencia. Pasó mucho tiempo reflexionando sobre lo importante que es ser cauto y prudente, y sobre todo, mantener la boca cerrada en los momentos adecuados.
Decidió que en lugar de alardear sobre sus hazañas, sería más sensato dedicarse a disfrutar de las chirimoyas en silencio, sin llamar la atención.
A partir de ese día, el lobo aprendió a ser más humilde y cuidadoso, y descubrió que podía disfrutar de su fruta favorita sin necesidad de presumir. A veces, los momentos difíciles nos enseñan lecciones valiosas, y el lobo, con su experiencia con la rosa, comprendió que la prudencia y la humildad son cualidades fundamentales en la vida.
Desde entonces, el bosque estuvo lleno de paz y armonía, y el lobo, con su nueva actitud, se convirtió en un miembro querido y respetado de la comunidad.
FIN.