El Lonche de Lucas
Era un día soleado en la escuela primaria del barrio, y los niños se apresuraban a sacar sus lonches de las mochilas. Todos, menos Lucas. Con su mirada algo triste, se sentó en su pupitre sin saber que ese día iba a ser muy especial.
Durante el recreo, todos fueron sacando sus riquísimos almuerzos, que iban desde sándwiches de jamón y queso hasta tortas caseras. Lucas, con un poco de sonrojo, solo se quedó mirando.
- ¿Dónde está tu lonche, Luqui? - preguntó su amigo Tomi, con curiosidad.
- No tengo... mis papás no pueden enviarme - respondió Lucas, intentando sonreír.
Los demás niños lo miraron con compasión, y algunos ofrecieron compartir su comida.
- ¡No te preocupes, Lucas! - dijo Sofía, mientras le ofrecía una porción de su sandwich.
- ¡Sí, comé! - acotó Max, extendiéndole una galletita.
Lucas, agradecido pero algo incómodo, aceptó la oferta de sus amigos.
- Gracias, chicos. No sabía que podía contar con ustedes.
Así pasaron los días, y aunque Lucas disfrutaba el cariño de sus compañeros, sentía que ya no podía depender de ellos. Así que decidió que tenía que hacer algo al respecto.
Una tarde, mientras regresaba a casa, Lucas se encontró con un mercado. En la entrada, vio una mujer mayor vendiendo galletas. La señora sonreía, pero sus ojos reflejaban una tristeza que lo conmovió.
- ¿Por qué no estás en casa, abuela? - le preguntó curiosamente.
- Estoy vendiendo galletas lo que puedo, niño. A veces la vida no es fácil - respondió la señora, con un suave suspiro.
Lucas pensó por un momento y le dio una idea brillante:
- ¿Y si me enseñas a hacer esas ricas galletas? Podríamos venderlas juntos.
La mujer sonrió, sorprendida por la propuesta.
- ¿De verdad querrías ayudarme?
- ¡Sí! Así podría tener mi propio lonche cada día y tú podrías vender más galletas.
- Está bien, pequeño, hagámoslo - dijo la señora emocionada.
Así empezó la amistad de Lucas y la señora Blanca. Cada día después de la escuela, Lucas aprendía a hacer galletas. Pasaron semanas y sus galletas se volvieron muy populares. Al mismo tiempo, Lucas comenzó a ahorrar para comprar su merienda.
Finalmente, llegó el día en que Lucas le dijo a sus amigos:
- ¡Miren lo que tengo! - y sacó una bandeja llena de galletas recién horneadas.
- ¡Qué ricas se ven! - dijo Sofía, mientras todos se acercaban a probarlas.
- ¿De dónde salieron, Lucas? - preguntó Max, intrigado.
- De la abuela Blanca. Hicimos un negocio, y ahora tengo mi propio lonche.
Los amigos aplaudieron el ingenio de Lucas, y a partir de ahí, ya no le preocupaba no tener lonche. De hecho, hasta comenzó a compartir algunas galletas con los demás.
La noticia se esparció por la escuela, y pronto más y más compañeros querían comprar galletas. Lucas decidió que parte de lo que ganaba se lo daría a la señora Blanca para que ella también fuera feliz.
- Gracias, Lucas. Nunca pensé que esto me haría tan feliz - le dijo ella un día, con lágrimas de orgullo en sus ojos.
Finalmente, Lucas no solo había conseguido su lonche, sino que también había aprendido a trabajar en equipo, a dar y compartir, valores que lo acompañarían toda la vida.
Y así, el niño que una vez no tenía lonche, se convirtió en el más querido de la escuela y en un ejemplo de solidaridad para todos sus compañeros.
Desde ese día, cada vez que veía a los niños disfrutar de sus galletas, Lucas pensaba en la lección más importante de todas: la verdadera felicidad proviene de ayudar a los demás y compartir lo que tienes.
FIN.