El Mago de las Burbujas
Había una vez un mago llamado Baltazar, conocido en todo el reino por sus increíbles hechizos. Con su varita, podía hacer que las flores cantaran, que los animales bailaran y hasta que las estrellas brillaran con más fuerza en el cielo. Pero un día, algo extraordinario sucedió en su vida.
Baltazar estaba trabajando en su espectáculo de magia en la plaza del pueblo, donde todos los niños estaban ansiosos por verlo. Su acto principal era hacer burbujas de colores que podían tomar cualquier forma.
"¡Damas y caballeros! ¡Prepare sus ojos para el espectáculo más asombroso!" - gritó Baltazar, levantando su varita.
De pronto, comenzó a crear burbujas que danzaban en el aire y cambiaban de colores: rojas, azules, verdes. Las burbujas se transformaban en dragones, pájaros y hasta en castillos de cristal.
Pero cuando Baltazar iba a hacer su truco más impresionante, algo extraño sucedió. Una burbuja particularmente grande comenzó a inflaarse más y más, más allá de su control. Los niños miraban con gran expectativa.
"¡Eso es raro! ¡Nunca vi una burbuja así!" - exclamó Lila, una niña de rizos dorados.
La burbuja continuó creciendo hasta que, de repente, ¡pop! Estalló en mil pedazos, liberando pequeños destellos de luz que llenaron el aire. Los niños reían y aplaudían, pero Baltazar estaba preocupado.
"No sé qué ha pasado..." - murmuró Baltazar, mirando su varita. Se dio cuenta de que había olvidado un ingrediente crucial en su hechizo: la concentración.
Afligido por su error, se sentó en un tronco cercano y bajó la cabeza. En ese momento, un pequeño ratón se le acercó.
"¿Por qué tan triste, Baltazar? Tú eres el mejor mago de todos!" - preguntó el ratón, con ojitos curiosos.
"He fallado, pequeño amigo. Hice que una burbuja explotara sin querer, y no sé si podré volver a hacer magia igual de maravillosa" - respondió Baltazar.
"Pero fallar también es parte de aprender. ¡Mira! Los niños se ríen y están felices!" - dijo el ratón.
Baltazar levantó la mirada y vio a los niños saltando y disfrutando. Se dio cuenta de que, aunque su truco no salió como esperaba, aún había traído alegría.
Decidido a no rendirse, Baltazar se levantó y se dirigió a los niños.
"¡Chicos! ¿Qué les parece si hacemos magia juntos?" - propuso Baltazar, sonriendo.
"¡Sí! ¡Queremos participar!" - gritaron todos al unísono.
Baltazar comenzó a enseñarles cómo hacer burbujas. Juntos, mezclaron agua y jabón, y, al darles un toque especial, cada uno de ellos hizo burbujas que volaban por el aire. Lila, por su parte, hizo una burbuja que se convirtió en un pez.
"¡Miren! ¡Hice un pez!" - gritó Lila, mientras los demás reían y aplaudían.
Baltazar sonrió, sintiéndose orgulloso. Estaba aprendiendo que la magia no solo estaba en los trucos, sino en compartir momentos y en alegrar a los demás.
Pasaron la tarde creando burbujas que se transformaban en todo tipo de cosas: flores, zapatos, y hasta un cohete que se elevó al cielo.
Al final del día, el sol comenzaba a ocultarse y los niños estaban cansados pero felices.
"Gracias, Baltazar! Fue el mejor día de todos!" - exclamó un niño llamado Mateo.
"Sí, nunca pensé que podría hacer magia con mis propias manos!" - añadió Lila.
Al escuchar esto, Baltazar comprendió que, aunque a veces las cosas no salgan como uno espera, siempre hay una nueva forma de brillar.
Desde ese día, Baltazar se convirtió en el Mago de las Burbujas, y cada vez que hacía un espectáculo, invitaba a los niños a unirse y a descubrir la magia del trabajo en equipo. Y así, nunca más se sintió triste por un pequeño error, porque sabía que cada burbuja tenía su propia historia que contar.
Y así termina la historia de Baltazar, el mago que aprendió que la verdadera magia está en compartir la alegría con los demás y en disfrutar de cada momento.
Fin.
FIN.