El mago de las sonrisas frutales


Había una vez en un reino lejano, un mago llamado Federico que vivía en un castillo mágico junto a su fiel loro parlanchín, Pepito.

Federico era conocido por ser el guardián de la corona de oro que protegía al reino de cualquier mal. Un día, mientras paseaba por las orillas del río que rodeaba el castillo, Federico se encontró con un coco y un aguacate que hablaban. El coco se llamaba Coco y el aguacate se llamaba Aguacato.

Ambos estaban tristes porque sentían que no tenían un propósito en la vida. - ¿Qué les pasa, amigos? -preguntó Federico con curiosidad.

- Estamos tristes porque creemos que somos solo frutas comunes y corrientes sin ningún talento especial -respondió Coco con voz apagada. Federico sonrió y les dijo: "En este mundo, todos tenemos algo especial que nos hace únicos. Solo debemos descubrirlo".

Luego les propuso a Coco y Aguacato acompañarlo al mercado del pueblo para buscar algo que los inspirara. Mientras caminaban por el bullicioso mercado, vieron a una niña llamada Victoria vendiendo collares amarillos hechos a mano. Victoria tenía una sonrisa radiante y parecía muy feliz con lo que hacía.

Federico tuvo una idea brillante y compró dos collares amarillos: uno para Coco y otro para Aguacato. - ¡Estos collares representan la alegría y la luz interior de cada uno! -exclamó Federico emocionado.

Coco y Aguacato se pusieron los collares amarillos y sintieron cómo su corazón se llenaba de felicidad. De repente, comenzaron a brillar con una luz dorada tan intensa que todos en el mercado los miraban asombrados.

- ¡Somos especiales! -dijeron al unísono Coco y Aguacato, ahora llenos de confianza en sí mismos. De regreso al castillo, Federico les enseñó a Coco y Aguacato cómo usar sus nuevos poderes para ayudar a los demás.

Pronto descubrieron que podían traer alegría a quienes estaban tristes o desanimados con solo estar cerca de ellos. Una mañana soleada, llegó al castillo Dariangelyz, una princesa de Puerto Rico cuyo corazón estaba lleno de tristeza por la pérdida de su querida falda favorita.

Al verla llorar desconsoladamente, Coco y Aguacato se acercaron lentamente hacia ella e irradiaron su luz dorada sobre Dariangelyz. - ¡Oh! ¿Qué es esta maravilla? -exclamó Dariangelyz sorprendida al sentir la calidez reconfortante de los dos amigos frutales.

Coco comenzó a cantar una canción alegre mientras Aguacato bailaba al ritmo de la melodía. La princesa pronto se encontró riendo y olvidando su tristeza gracias al increíble poder del amor y la alegría transmitidos por estos seres tan especiales.

Desde ese día en adelante, Coco y Aguacato viajaron por todo el reino llevando consuelo y felicidad dondequiera que iban.

Y aunque eran solo un coco parlanchín y un aguacate risueño, demostraron que cada ser tiene dentro de sí mismo el poder para hacer del mundo un lugar mejor simplemente siendo quienes son: únicos e irrepetibles.

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