El Mago, Sus Nietos y la Galleta Mágica



Había una vez, en un pequeño pueblo de Argentina, un abuelo mágico llamado Don Emiliano. Él era un magnífico mago, famoso por sus trucos sorprendentes y su risa contagiosa. Cada vez que sus nietos, Lucía y Mateo, venían a visitarlo, la casa se llenaba de risas, cuentos y, por supuesto, de magia.

Un día, mientras jugaban en el jardín, Lucía encontró algo extraño en el suelo. Era una galleta dorada que brillaba al sol.

"¡Abuelo, mirá lo que encontré!" - gritó Lucía levantando la galleta.

"Ah, esa es una galleta mágica, muy poderosa" - respondió Don Emiliano con una sonrisa en su rostro. "Pero hay que tener cuidado, su magia puede ser muy traviesa".

Mateo, curioso como siempre, preguntó: "¿Qué hace?"

"Esta galleta puede conceder un deseo, pero no hay que olvidar que con gran poder vienen grandes responsabilidades" - dijo el abuelo mientras acariciaba su larga barba blanca.

Los niños se miraron emocionados, soñando con un deseo que cambiaría todo. Tras un rato de discusión, decidieron que todos querían un juguete fabuloso.

"¿Y si pedimos una pista de autos que nunca se acabe?" - sugirió Mateo.

"¡Sí!" - asintió Lucía, imaginando grandes carreras.

Así que, juntos, sostuvieron la galleta y, utilizando sus voces más concentradas, dijeron al unísono:

"¡Queremos una pista de autos mágica que nunca se acabe!"

La galleta destelló con una luz brillante antes de desintegrarse en un millón de brillitos que se dispersaron por el aire.

Los niños esperaron ansiosos, pero no pasó nada.

"¿Abuelo, qué pasó?" - preguntó Lucía con decepción.

"Puede que haya que aprender algo antes de que funcione. La magia necesita de nuestro esfuerzo y creatividad" - respondió Don Emiliano.

Entonces, el abuelo propuso un desafío.

"Vamos a crear la pista de autos con nuestras propias manos y nuestras ideas. Luego, la galleta mágica nos ayudará".

Con entusiasmo, los tres comenzaron a recolectar materiales: cajas de cartón, cinta adhesiva, papel de colores y todo lo que encontraron. Lucía diseñó una parte de la pista con curvas, y Mateo creó un puente lleno de estrellas.

**Días después**, la pista de autos fue tomando forma y, mientras trabajaban, aprendieron sobre el trabajo en equipo, la paciencia y la importancia de valorar lo que se crea con esfuerzo. Al final, la pista era espectacular.

"¡Mirá todo lo que hicimos!" - dijo Lucía, sonriendo con orgullo.

"¡Es increíble!" - añadió Mateo.

Ahora que habían aprendido a trabajar juntos, decidieron probar la galleta mágica nuevamente. Juntos sostuvieron los trocitos que había quedado de la galleta y repitieron:

"¡Queremos que nuestra pista de autos sea mágica!"

Esta vez, la galleta emitió un destello más brillante y, de repente, la pista cobró vida. Los autos comenzaron a correr, girar y hacer acrobacias, mientras los niños brincaban de alegría.

"¡Lo logramos!" - gritaron al unísono entre risas.

Don Emiliano los miró con ternura.

"Ahí está la verdadera magia, chicos. La magia de crear y compartir, no solo de desear".

Desde ese día, Lucía y Mateo aprendieron que con un poco de esfuerzo, creatividad y espíritu de colaboración, podían hacer cosas maravillosas. La galleta mágica, aunque magnífica, había sido solo el comienzo.

Así, pasaron los días llenos de risa y magia, recordando siempre lo que habían aprendido juntos. Y cada vez que veían la pista de autos, sonreían, sabiendo que la verdadera magia reside en ellos mismos.

FIN.

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