El Maíz Mágico de Bachué



Hace mucho tiempo, en un rincón del mundo cubierto de selvas y montañas, existía un pequeño pueblo llamado Nahuac. Su gente era amable y trabajadora, pero un día, una gran sequía comenzó a asolar sus tierras. Los ríos se secaron, las plantas se marchitaron y la madre tierra se cubrió de tristeza.

Una joven guerrera llamada Bachué, que amaba profundamente a su pueblo, decidió emprender un viaje en busca de ayuda. Un día, tras caminar durante horas y horas, llegó a la cima de una montaña donde los rayos del sol brillaban con más intensidad. Allí, se encontraba el Dios Sol, radiante y lleno de luz.

"Dios Sol, estoy aquí porque mi pueblo sufre. La tierra no da sus frutos y hay hambre en Nahuac. ¿Qué podemos hacer?" - le rogó Bachué, con una voz cargada de esperanza y tristeza.

El Dios Sol, conmovido por su valentía y amor por su pueblo, decidió ayudarla.

"Bachué, yo te entregaré estos granos de oro. Son semillas mágicas que, si las siembras correctamente, darán alimento abundante a tu pueblo" - dijo el Dios Sol, extendiendo su mano y dejando caer en las manos de Bachué unos brillantes granos dorados.

"¡Gracias, Dios Sol! Nunca olvidaré tu bondad" - respondió ella, emocionada.

Cuando volvió a Nahuac, Bachué reunió a todos los habitantes del pueblo y les mostró los granos dorados.

"¡Miren! El Dios Sol nos ha regalado estos maravillosos granos. Con ellos, podremos salvarnos de la hambruna. Pero debemos unirnos y trabajar juntos" - les animó.

Al principio, algunos eran escépticos. Una anciana del pueblo dijo:

"¿Qué podemos hacer con unos simples granos?".

Pero Bachué no se dejó desanimar.

"No son simples granos. Son granos de oro, llenos de magia. Ayudemos a la tierra a renacer" - les aseguró.

Así, todos juntos, comenzaron a preparar la tierra. Con amor y esfuerzo, plantaron los granos de maíz en hileras. Todos los días regaban la tierra, les cantaban canciones de esperanza y les contaban historias. Pronto, comenzaron a aparecer brotes verdes que salían del suelo, y el aire se llenó de alegría.

Sin embargo, un día, una tormenta oscura apareció repentinamente sobre Nahuac. Los vientos soplaban con fuerza y muchos temieron que el granizo arruinara la cosecha.

"¡No!" - gritó Bachué, mirando al cielo. "Debemos proteger nuestros cultivos".

Organizó a todos para que construyeran refugios provisionales para el maíz. Juntos, lucharon contra el viento, trataban de cubrir las plantitas con hojas y ramas. Después de horas de esfuerzo, la lluvia finalmente cayó, pero el maíz estaba a salvo.

Al día siguiente, el sol volvió a brillar, y cuando fueron a ver los cultivos, encontraron una hermosa y abundante cosecha. El maíz había crecido fuerte y dorado, brillando como el oro.

"¡Miren lo que hemos logrado!" - exclamó Bachué, llena de emoción. "La tierra ha respondido a nuestro amor y esfuerzo".

El pueblo celebró con danzas y cantos alrededor de la cosecha. Aprendieron que el trabajo en equipo y el amor por su hogar podían mover montañas. Desde aquel día, nunca más pasaron hambre y siempre sembraron maíz, recordando la historia de la joven guerrera y el Dios Sol.

Y así, más generaciones nacieron en Nahuac, y el maíz se convirtió en una parte esencial de su vida, en su alimento y en su cultura.

Bachué se convirtió en una leyenda, y el maíz mágico, en un símbolo de esperanza y unidad. Y aunque la tierra perdió su oro, el verdadero oro permaneció en el corazón de cada habitante de Nahuac.

Y colorín colorado, esta historia se ha acabado, pero la magia del maíz continúa... ¡Hasta hoy!

FIN.

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