El manzano encantado de Jeremías
Había una vez un niño llamado Jeremías que le encantaba pasear por el parque en las tardes soleadas.
Un día, mientras caminaba entre los árboles y escuchaba cantar a los pájaros, vio un hermoso manzano repleto de jugosas manzanas rojas y amarillas. Jeremías se acercó al árbol con curiosidad y tomó una de las manzanas. Al darle un mordisco, descubrió lo dulce y crujiente que era.
Sin poder resistirse, continuó comiendo una tras otra hasta saciar su hambre. - ¡Qué ricas están estas manzanas! - exclamó Jeremías con la boca llena. Pero lo que Jeremías no sabía era que al comer tantas manzanas seguidas podía tener consecuencias inesperadas.
Siguió su camino por el parque, dando saltitos de alegría, cuando de repente comenzó a sentirse mal del estómago. - Uy, me duele la panza... creo que comí demasiadas manzanas - se lamentó Jeremías mientras se agarraba el vientre.
El niño decidió sentarse en un banco para descansar y esperar a que el malestar pasara. Mientras tanto, empezaron a aparecer unos duendecillos traviesos alrededor suyo. Eran diminutos y tenían sombreros puntiagudos, pero sus risitas se escuchaban claras como campanitas.
- ¿Qué te pasa, amiguito? - preguntó uno de los duendecillos con voz aguda. - Comí muchas manzanas del árbol y ahora me siento mal del estómago - respondió Jeremías con cara de preocupación. Los duendecillos se miraron entre ellos y luego asintieron con complicidad.
Uno de ellos dijo:- Creo que tenemos algo para ayudarte. Ven con nosotros. Jeremías siguió a los duendecillos hasta llegar a un claro del bosque donde había una fuente mágica de agua cristalina.
Los duendes le indicaron que bebiera un poco del agua para sentirse mejor. Jeremías bebió el agua fresca y enseguida sintió cómo su malestar desaparecía como por arte de magia.
Se levantó del banco con energía renovada y les dio las gracias a sus nuevos amigos diminutos. - ¡Gracias por ayudarme! Ahora sé que no debo abusar comiendo muchas frutas seguidas - dijo Jeremías sonriendo. Los duendecillos asintieron satisfechos y desaparecieron entre los arbustos dejando detrás una estela brillante como recuerdo de su visita.
Desde ese día, Jeremías aprendió la importancia de comer con moderación y siempre recordaría aquella aventura mágica en el parque cada vez que viera un árbol cargado de frutas apetitosas.
FIN.