El Mapa del Destino



En un pequeño pueblo rodeado de un misterioso bosque, había una leyenda que hablaba de un antiguo tesoro escondido, custodiado por un dragón en una cueva oscura. Los habitantes del pueblo temían adentrarse en el bosque, pero dos amigos, Lía y Tomás, estaban llenos de curiosidad. Una tarde, decidieron seguir un mapa antiguo que había encontrado Lía entre los libros de su abuelo.

"Tomás, ¡mirá esto!" - exclamó Lía, señalando el mapa. "Este lugar... parece estar justo en el centro del bosque."

"Pero, ¿y si hay dragones?" - dijo Tomás, un poco nervioso.

"¡Eso es lo emocionante! Además, debemos ser valientes. Quizás el dragón no sea tan malo como dicen."

Con determinación, los dos partieron hacia el bosque. Mientras caminaban, el ambiente cambió; los árboles eran más altos, y una bruma misteriosa cubría el suelo. De repente, encontraron un anciano sentado junto a un árbol.

"¿A dónde van, jóvenes aventureros?" - preguntó el anciano con una voz profunda.

"Estamos buscando el tesoro del dragón, señor. ¿Lo ha visto?" - respondió Lía.

"Ese tesoro es más que oro y joyas. Es un mágico cristal que tiene el poder de revelar el verdadero destino de aquellos que lo encuentran. Pero tengan cuidado, pues no todo lo que brilla es oro. La oscuridad también acecha en este bosque."

"¿Qué quiere decir con eso?" - preguntó Tomás, intrigado.

"A veces, lo que deseas con fervor te transforma, te lleva por caminos inesperados. Pero les ayudaré. Aquí tienen un amuleto de magia. Les permitirá atravesar los portales ocultos del bosque. Cuando lo necesiten, úsenlo bien" - dijo el anciano, entregándoles un brillante amuleto.

Los amigos agradecieron al anciano y continuaron su camino. Después de horas de búsqueda, se encontraron frente a una cueva oscura, la misma que marcaba el mapa.

"Acá es, Tomás. El corazón del misterio" - dijo Lía, con asombro.

"Es muy oscuro... no sé si estoy listo para esto." - respondió Tomás, temblando un poco.

"¡Vamos! Debemos ser valientes. No olvides el amuleto" - dijo Lía, con firmeza. Juntos, entraron en la cueva. La penumbra envolvió cada paso que daban y el eco de sus voces se perdía en las paredes de roca.

Al fondo de la cueva, vieron un resplandor azul que iluminaba la entrada a una sala. Con cautela, se acercaron y descubrieron al dragón, un enorme ser de escamas brillantes que custodiaba el tesoro. Pero lo que más los sorprendió fue ver un enorme cristal que pulsaba con energía.

"¿Qué hacen aquí, intrusos?" - preguntó el dragón, su voz retumbando en la cueva.

"Buscamos el tesoro, señor dragón" - respondió Lía, temblando un poco.

"¿Y qué creen que encontrarán?" - inquirió el dragón, más curioso que enojado.

"No solo oro y joyas. Queremos entender nuestro destino, queremos hacer el bien en el reino" - explicó Tomás, decididamente.

El dragón dejó escapar una pequeña risa. "Hmmm, carita de valientes, ¿eh?" - dijo. "Este cristal no es solo un tesoro. Es un poder inmenso. Solo es digno de quien tiene un corazón puro. Quieren hacer el bien, entonces tendrán una prueba."

Los amigos se miraron y asintieron. El dragón levantó una de sus patas y, de repente, aparecieron sombras que rodearon a Lía y Tomás. Las sombras representaban sus miedos más profundos.

"Bienvenidos a la prueba. Enfrenten sus miedos, transformen la oscuridad en luz. Solo así podrán tomar el cristal" - dijo el dragón con solemnidad.

Lía miró a Tomás "¡Vamos, sin miedo! Lo podemos lograr" - gritó, mientras enfrentaba su sombra que representaba su inseguridad. Con las manos en alto, comenzó a iluminar el área con el amuleto.

"Yo creo en nosotros" - dijo Tomás, enfrentando su sombra de fracaso. "¡No somos solo unos chicos!"

Finalmente, juntos, ellos unieron sus fuerzas. La luz del amuleto brilló con tanta intensidad que las sombras se desvanecieron.

"¡Lo logramos!" - exclamó Lía, riendo.

El dragón sonrió, sabiendo que habían superado la prueba. "Ahora pueden tomar el cristal. Recuerden, el poder de la magia está dentro de ustedes, solo deben elegir usarlo correctamente."

Con respeto, Lía y Tomás se acercaron y tomaron el cristal con sus manos. En ese instante, una luz envolvió a ambos, transformándolos en verdaderos guerreros del reino.

"¿Ahora qué hacemos con esto?" - preguntó Tomás, aún atónito.

"Debemos usar su magia para ayudar a otros. Nuestro destino es hacer el bien, y ese será nuestro verdadero tesoro" - concluyó Lía, sonriendo.

Con el cristal en mano, regresaron al pueblo y, juntos, comenzaron a ayudar a sus vecinos, desvaneciendo las sombras de la oscuridad que todos temían. Con cada acto de bondad, su leyenda se extendió por el reino, convirtiéndose en héroes.

Y así, los amigos aprendieron que el verdadero tesoro no era el cristal, sino el poder de la amistad, la valentía y la luz que llevaban dentro.

FIN.

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