El Mapa del Tesoro de Alondra



En un rincón olvidado del mundo, donde los árboles susurraban secretos y el viento jugaba con las hojas doradas, se encontraba un bosque encantado. Allí, la intrépida Alondra, una joven maga con un alma valiente, soñaba con aventuras. Un día, mientras paseaba por el bosque, encontró un viejo mapa enrollado en una rama.

- ¡Mirá lo que encontré! - exclamó Alondra, mostrando el mapa a su mejor amigo, Galo, un pequeño ciervo que siempre la acompañaba.

Galo se asomó curioso.

- ¿Qué dice? ¿Qué dice? - preguntó emocionado.

Alondra desenrolló el mapa con cuidado y, tras un vistazo, sonrió.

- ¡Es un mapa del tesoro! - dijo con ojos chispeantes. - Tenemos que buscarlo. ¡Podría ser algo extraordinario!

- ¡Vamos! - animó Galo saltando de alegría. - Pero tengo un poco de miedo... ¿y si hay monstruos en el camino?

- No te preocupes, Galo, tengo una poción mágica que me enseñó mi abuela, puede ayudarnos si nos encontramos con algo peligroso - aseguró Alondra, con una confianza inquebrantable.

Juntos, partieron hacia las profundidades del bosque, siguiendo las antiguas marcas del mapa. Pasaron por un río cristalino, donde Alondra recogió algunas flores mágicas.

- Estas flores nos darán energía para continuar, ¡mira cómo brillan! - dijo mientras las guardaba en su mochila.

Finalmente, llegaron a un claro donde un viejo roble centenario se alzaba orgulloso. En sus ramas más altas, había un destello dorado.

- ¡El tesoro debe estar ahí arriba! - gritó Alondra.

- Pero no podemos trepar tan alto, ¿y si nos caemos? - temió Galo.

Alondra pensó por un momento.

- ¡Ya sé! Usaré mi poción de vuelo. - dijo mientras sacaba un pequeño frasco y lo agitaba con emoción.

Vertiendo unas gotas en el aire, ambos comenzaron a elevarse. El viento los acariciaba mientras alcanzaban la cima del árbol. Allí, encontraron un cofre brillante, lleno de joyas y oro, pero también algo sorprendente: libros y pergaminos antiguos que hablaban de magia y aventuras.

- ¡Esto es increíble! - exclamó Alondra. - No sólo hay tesoros materiales, ¡sino también sabiduría!

De repente, escucharon un ruido detrás de ellos. Se dieron vuelta y se encontraron frente a un dragón, enorme y espinoso.

- ¡No se asusten! - dijo el dragón con voz profunda. - Soy el guardián de este tesoro.

- ¿Vas a comernos? - temió Galo.

- No, pequeños aventureros. Estoy aquí para proteger lo valioso. - explicó el dragón. - Si desean llevarse algo, deben demostrar que han aprendido algo valioso en su viaje.

Alondra miró a Galo, y pensó rápidamente.

- Hemos descubierto que el verdadero tesoro no siempre son las joyas, sino el conocimiento y la amistad. También aprendimos a ser valientes y a enfrentar nuestros miedos.

El dragón sonrió.

- Sabiduría genuina, ¡me alegra escucharlo! Pueden llevarse dos libros de magia y una joya como recuerdo de su aventura. Pero recuerden, el conocimiento que obtengan, deben compartirlo con otros.

- ¡Lo prometemos! - dijeron Alondra y Galo al unísono.

Tomaron los libros y una pequeña gema, y después de agradecer al dragón, regresaron volando a casa, llenos de emoción por las aventuras vividas.

Una vez en casa, Alondra decidió que compartiría lo aprendido con todos los niños del pueblo, enseñándoles sobre la magia de la amistad, el valor de la valentía y la importancia de aprender.

Así, la aventura de Alondra y Galo no solo les dio tesoros físicos, sino un legado de sabiduría que perduraría por generaciones.

Y así, en el bosque encantado, el murmullo de las hojas contaba la historia de un héroe y una maga, que con valentía encontraron un verdadero tesoro: el conocimiento y la amistad.

FIN.

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