El Mapache y la Lección de Amistad



Era una mañana soleada en el bosque de El Robledal, donde todos los animales vivían en armonía. El mapache, llamado Rufi, era conocido por su astucia y curiosidad. Un día, mientras exploraba cerca del arroyo, se topó con un caballo muy juguetón llamado Caballo Sandy.

- ¡Hola, Sandy! – saludó Rufi con su voz chispeante. – ¿Te gustaría jugar conmigo?

Sandy, que estaba corriendo y brincando, no escuchó. De repente, dando un salto, pateó sin querer a Rufi.

- ¡Ay! – gritó Rufi mientras daba un salto hacia atrás. – ¡Eso dolió!

El caballo se dio vuelta, preocupado.

- ¡Lo siento, Rufi! – dijo Sandy, acercándose. – No te vi. Fue un accidente.

Rufi se tocó la pata y decidió abandonarlo. Sentía que lo había lastimado sin querer, pero también le molestaba un poco. Después del incidente, Rufi corrió hacia su madriguera, que estaba cómodamente escondida bajo un gran roble.

Al llegar, vio que había algo extraño en el interior. Era una nota, colocada cuidadosamente sobre su pequeña cama de hojas.

- ¿Qué será esto? – se preguntó Rufi mientras la desdoblaba.

La nota decía: "¡Gracias por la comida! – firmada por los animales a los que intentaste cazar para jugar ayer. No fue fácil, pero juguemos de nuevo a ser amigos."

Rufi se sintió confundido. Sabía que había tratado de atrapar a varios de sus amigos con sus travesuras, pero nunca había pensado que afectaría a otros. Decidió que debía hacer algo al respecto. Tenía que disculparse y demostrar que realmente quería ser amigo de todos.

Rufi atravesó el bosque decidido. Encontró a las ardillas, los conejos y hasta a las tortugas. Se acercó a ellos con una gran sonrisa.

- ¡Hola, amigos! – dijo Rufi. – Me gustaría disculparme. Sé que intenté atraparlos para jugar, pero no pensé en cómo se sentirían.

Las ardillas miraron a Rufi, un poco sorprendidas.

- Un poco asustados, la verdad – dijo una ardilla. – Pero la intención parecía divertida.

- Así es – añadió un conejo. – Pero podrías habernos pedido jugar en vez de asustarnos.

Rufi hizo una mueca de inquietud.

- ¡Claro! No volveré a hacer eso – prometió. – Podemos jugar todos juntos si quieren.

Los animales se miraron entre ellos, y luego una ardilla se animó.

- ¡Eso suena genial! – exclamó. – ¿Qué tal si hacemos una carrera de saltos?

Rufi sonrió, emocionado. Organizó una carrera en el campo abierto, y pronto todos se unieron. Saltaron, rieron y jugaron de forma amistosa.

Finalmente, al caer la tarde, Sandy se acercó borroso por el polvo.

- ¿Qué sucede aquí? – preguntó el caballo.

Los animales se turnaron para explicarle cómo Rufi había pedido disculpas y se habían unido para jugar juntos. Sandy sonreía, contento de ver a todos felices.

- Me alegra que estén juntos – dijo Sandy, acercándose. – ¿Puedo unirme yo también?

- ¡Claro! – respondieron todos juntos. – Cuantos más, mejor.

Desde ese día, Rufi aprendió que la amistad es más fuerte cuando se trata de compartir momentos y no de asustar a los demás. La carrera se convirtió en un juego habitual, y Rufi siempre se aseguró de que todos se sintieran incluidos.

El mapache había geleerd una gran lección y siempre recordaba la nota que encontró, no solo como un recordatorio de su error, sino también como un símbolo de la nueva amistad que había creado en el bosque de El Robledal.

FIN.

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