El Mar de Daniela
Era un hermoso día soleado cuando abuela decidió llevar a Daniela a conocer el mar. Daniela estaba un poco nerviosa, pero la idea de sentir el agua fresca en sus pies y descubrir la vida marina la llenaba de emoción. Mientras caminaban hacia la playa, Daniela miraba el horizonte, donde el cielo se encontraba con el agua.
"¿Abuela, el mar es muy grande?"- preguntó Daniela, con curiosidad.
"Sí, querida. Es tan grande que parece no tener fin. Pero no te preocupes, vamos a disfrutarlo juntas"- respondió abuela, sonriendo.
Al llegar a la playa, Daniela sintió cómo la arena cálida se deslizaba entre sus dedos. Miró a su alrededor y vio a niños corriendo, adultos tomando sol y el vaivén de las olas que llegaban a la orilla.
"Mirá, abuela, el agua está moviéndose. ¿Es como un baile?"- dijo Daniela, emocionada.
"Así es, mi amor. Las olas son como un baile del mar. Y hoy, vamos a bailar con ellas. ¿Te animas a mojarte los pies?"- sugirió abuela.
Pero Daniela parpadeó y dijo: "Tengo un poco de miedo, abuela. ¿Y si el mar me lleva?"-
"No te preocupes. El mar es nuestro amigo, y hoy te enseñaré a conocerlo. Primero, darás un pasito despacito. Ven, yo estaré a tu lado"- la alentó abuela, tomándola de la mano.
Juntas, se acercaron a la orilla. Cuando el agua tocó los pies de Daniela, sintió un escalofrío y una risa se le escapó.
"¡Está fría!"- gritó, mientras reía y daba saltitos.
"¡Eso es genial! Ahora siente cómo el agua viene y va, como un suave abrazo"- dijo abuela, riendo también.
Después de jugar un rato, abuela le mostró algo más.
"Mirá, Daniela, ven aquí. Hay un montón de cosas fascinantes en la playa"- dijo, señalando hacia un grupo de rocas.
Cuando se acercaron, Daniela vio un cangrejo pequeño que se escondía entre las piedras.
"¡Mirá, un cangrejo!"- exclamó, observándolo con asombro. "¿También hay estrellas de mar?"-
"Sí, y hasta podríamos encontrar pulpos si tenemos suerte"- le respondió abuela.
Al avanzar un poco más, Daniela descubrió una estrella de mar. Era de un color vibrante y estaba en la arena. Con cuidado, abuela la levantó suavemente.
"Este es un animal muy especial. Asegúrate de devolverla al agua después de mirarla, ya que ahí es donde vive"- le enseñó abuela.
"¡Es tan bonita!"- dijo Daniela, llenándose de alegría. "¿También hay peces?"-
"Claro que sí, pero son un poco más difíciles de ver. ¿Te gustaría que intentemos hacer un pequeño juego? Te enseñaré a hacer sonidos que los atraen"- propuso abuela.
Daniela, intrigada, asintió.
"¡Sí! ¿Qué tengo que hacer?"- preguntó.
Abuela comenzó a hacer un suave silbido y a veces un sonido como de burbujas.
"¡Intenta tú!"- dijo, y Daniela lo intentó con entusiasmo.
De repente, una pequeña ola trajo consigo a un grupo de pececitos que nadaban cerca de la orilla.
"¡Mirá, abuela! ¡Están viniendo!"- gritó Daniela alzando la voz, llenando su corazón de alegría.
"¡Lo estás haciendo genial! Ala, ven, ¡uno se acerca!"- abuela aplaudió emocionada.
Después de un rato más jugando y explorando, comenzaron a buscar algo diferente en la playa. Abuela se agachó y recogió un pequeño molusco.
"Mirá este, Daniela. Este se llama caracol. Es una casa para su habitante"- explicó.
"¿Y cómo entra adentro?"- preguntó Daniela, fascinada.
"Cuando tiene miedo, se esconde dentro de su concha. Todos los animales marinos tienen su forma de cuidarse, al igual que tú, que te has sentido un poco asustada antes"- le dijo abuela.
Esa comparación hizo que Daniela se sintiera más valiente.
"Creo que ya no tengo miedo, abuela. El mar es hermoso y hay tantas cosas por descubrir"- dijo con una gran sonrisa.
El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, pintando el cielo de colores cálidos. Daniela y abuela contemplaban juntas en silencio el espectáculo de la naturaleza.
"Abuela, ¿podemos venir al mar todos los días?"- preguntó Daniela.
"Siempre que quieras, mi amor. Aprender sobre el mar y la naturaleza nunca termina. Cada visita será una nueva aventura"- respondió abuela.
Ambas se dieron un abrazo fuerte y sonrieron, sabiendo que ese día en la playa había sido solo el comienzo de una hermosa amistad con el mar. A partir de ese momento, Daniela aprendió no solo a amar el mar, sino también a respetarlo, cuidando siempre al mundo que la rodeaba.
FIN.