El Mar, los Árboles y las Personas
Había una vez, en un pequeño pueblo llamado Tarasín, donde el mar se encontraba a solo unos pasos y los árboles formaban un bosque espeso al borde de la playa. Los niños del pueblo pasaban sus días explorando la arena y jugando entre los troncos de los árboles. Pero había algo especial en Tarasín: los árboles podían hablar.
Los árboles eran guardianes del bosque y cuidaban de todos los seres que vivían allí, desde los más pequeños insectos hasta los niños del pueblo. Cada vez que un niño se sentaba bajo sus ramas, podía escuchar un suave susurro.
Un día, dos amigos llamados Sofía y Tomás decidieron ir al bosque en busca de aventuras. Sofia, con su corazón lleno de curiosidad, siempre fue la más atrevida de los dos, mientras que Tomás, más cauteloso, prefería seguirla de cerca.
"¿Escuchás eso?" - preguntó Sofía mientras se adentraban en el bosque.
"¿El qué?" - respondió Tomás, mirando alrededor con un poco de miedo.
"El susurro de los árboles. Dicen que tienen secretos que contarnos". - Sofía sonrió, cada vez más emocionada.
Los dos amigos se asearon en un claro donde el sol iluminaba el suelo cubierto de hojas. Allí se sentaron bajo un gran árbol de ceibo, cuyos pétalos brillaban como joyas al sol. Sofía cerró los ojos, escuchando atentamente.
"¿Qué más dicen?" - preguntó Tomás con curiosidad.
"Dicen que necesitan nuestra ayuda" - replicó Sofía.
"¿Nosotros ayudar a los árboles? Pero, ¿cómo?" - Tomás se mostró escéptico.
"No lo sé, pero tenemos que averiguarlo. ¡Vamos a hablar con ellos!" - insistió Sofía.
Tomás suspiró pero decidió seguir a su amiga. Se acercaron al árbol de ceibo y, para su sorpresa, este habló:
"Hola, pequeños amigos. Gracias por venir. Estos días el viento ha traído la contaminación del mar y algunos de nuestros hermanos en el bosque están muy tristes. La vida está cambiando y la naturaleza nos necesita". - El árbol sonaba preocupado.
"¿Qué podemos hacer?" - preguntó Sofía, decidida.
"Debemos limpiar la playa. Cada plástica que recojan será un pequeño paso para ayudar a nuestro hogar" - explicó el árbol.
Tomás, ahora estaba emocionado. No sólo escuchaban a los árboles, sino que podían ayudar. Empezaron a organizar un grupo de amigos para limpiar la playa, incluyendo a chicos y chicas de todo el pueblo.
"¡Esto va a ser una gran aventura!" - gritó Sofía, motivando a todos.
Así, el siguiente fin de semana, el grupo se reunió en la playa listo para trabajar. Con bolsas de basura en mano, comenzaron a recoger todo tipo de desperdicios. Mientras lo hacían, cada vez que encontraban algo que no pertenecía a la playa, podían escuchar el susurro de los árboles agradeciéndoles.
"¡Mirá lo que encontré!" - decía Tomás mientras levantaba una botella de plástico, mirando a la playa que poco a poco empezaba a lucir más limpia.
"Sí! ¡Sigamos! Por los árboles y por el mar!" - exclamaba Sofía, celebrando cada hallazgo.
Tras horas de esfuerzo, al atardecer, pudieron ver los resultados de su trabajo. El mar brillaba con intensidad y la arena lucía más clara. Los árboles comenzaron a susurrar más alegres.
"¡Lo lograron! Ahora juntos estamos un paso más cerca de cuidar nuestro hogar" - dijo el gran ceibo con su voz profunda.
"¡Gracias, amigos! Siempre estén atentos a nuestra naturaleza".
El grupo se sentó en la arena a ver cómo caía el sol; la brisa marina traía un aire fresco y relajante. A partir de ese día, Sofía y Tomás no solo eran amigos de los árboles y del mar, sino también embajadores de la naturaleza en su pueblo.
Con el tiempo, Tarasín se convirtió en un lugar donde todos, grandes y chicos, se comprometieron a cuidar su entorno. Cada rincón de la playa y del bosque brillaba gracias al esfuerzo de los niños, quienes se dieron cuenta que todos, incluso las cosas más pequeñas, podían hacer una gran diferencia.
Y así, el mar, los árboles y las personas vivieron felices, recordando siempre la importancia de cuidar la naturaleza juntos.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.