El Mar y la Aventura de Pablo y Thiago
Era un caluroso día de verano en la playa. Pablo y Thiago, dos amigos inseparables, estaban emocionados por zambullirse en el mar. La ola rompía con fuerza y la espuma blanca danzaba en la orilla.
- ¡Vamos, Thiago! ¡El agua está perfecta! - gritó Pablo, corriendo hacia la orilla.
- ¡Ya voy! - contestó Thiago, un poco más lento, sintiendo el calor del sol en su piel.
Cuando ambos llegaron al agua, comenzaron a chapotear y reír. Pero a medida que se adentraban más, Thiago se dio cuenta de que no podía flotar como Pablo.
- ¡Ayúdame, Pablo! ¡No puedo flotar! - dijo Thiago, mientras las olas lo rodeaban.
Pablo, preocupado, nadó rápidamente hacia su amigo.
- ¡Tranquilo, Thiago! Solo tienes que relajarte y dejarte llevar, ¡te voy a ayudar! - exclamó mientras lo sostenía con una mano.
Thiago respiró hondo, pero se sentía asustado. El mar le parecía inmenso y las olas eran más grandes de lo que había imaginado.
- No sé si puedo, Pablo. Me da miedo. - confesó, mirando hacia el fondo.
- Está bien tener miedo, Thiago. Pero recuerda, este es un desafío. Lo único que necesitamos es practicar juntos. - dijo Pablo, sonriendo para darle confianza.
Entonces, Pablo propuso un juego. Les harían carreras en el agua, donde Thiago tuviera que flotar para avanzar.
- ¡Jugamos a que eres un pez y yo soy un delfín! ¡El pez tiene que flotar para que el delfín no se lo coma! - sugirió Pablo, haciéndolo reír.
Poco a poco, Thiago comenzó a seguir las instrucciones de Pablo. Estiró sus brazos y piernas, intentando mantenerse a flote como un pez.
- ¡Eso es, Thiago! - animó Pablo, nadando a su lado. - ¡Cierra los ojos y siente el agua!
Poco a poco, la sonrisa de Thiago comenzó a regresar, aunque aún estaba un poco nervioso. Una ola más grande se acercó y lo golpeó, haciéndolo caer en el agua.
- ¡No te desesperes! - gritó Pablo. - ¡Haz como hicimos en el juego!
Thiago trató nuevamente de estirarse y concentrarse en flotar. Esta vez, notó que la resistencia del agua lo sostenía un poco.
- ¡Lo estoy logrando! ¡Mirá, Pablo! - exclamó lleno de alegría.
- ¡Sí! ¡Estamos en camino! - contestó él, dándole una palmadita en la espalda.
Después de varios intentos y risas, Thiago empezó a flotar por momentos, alcanzando a mirar el cielo y las gaviotas que volaban por encima.
- ¡Es increíble! - dijo finalmente, sintiéndose valiente. - ¡Siento que puedo volar también!
En ese momento, Thiago comenzó a chapotear de felicidad mientras seguía intentando mantenerse a flote. Con cada pequeño éxito, su confianza crecía.
- ¡Tienes que intentar seguir nadando! - le dijo Pablo. - Vamos a hacer una carrera, yo de delfín y vos de pez. ¡A la cuenta de tres!
Pablo contó hacia atrás y, aunque al principio Thiago no se sentía seguro, decidió intentarlo.
- ¡Uno, dos, TRES! - gritó Pablo, y ambos comenzaron a nadar.
A medida que avanzaban, Thiago se dio cuenta de que podía flotar más y más. ¡Las olas no lo asustaban y su risa resonaba en la playa!
- ¡Lo estoy haciendo, Pablo! ¡Estoy nadando! - exclamó emocionado, mientras sentía una satisfacción única.
Y así, entre risas y el sonido del mar, los amigos vivieron una aventura inolvidable que les enseñó la importancia de confiar en sí mismos y en el apoyo del otro. Al final del día, mientras observaban el horizonte, Thiago le prometió a Pablo que seguiría practicando y nunca dejaría que el miedo lo detuviera.
- Gracias por ayudarme, Pablo. ¡Hoy aprendí algo muy importante! - dijo Thiago, sonriendo con confianza.
- ¡Siempre estaré aquí para ayudarte, amigo! - respondió Pablo, dándose un abrazo.
Desde aquel día, Thiago no solo aprendió a flotar, sino que también descubrió que siempre es bueno enfrentar los miedos y apoyarse en la amistad. Su alegría se veía reflejada en el brillo del océano, un lugar donde la diversión y los desafíos siempre estaban listos para ser explorados.
FIN.