El Maravilloso Mundo de la Selva



Era un día soleado cuando un niño llamado Tomás decidió explorar la selva cerca de su casa. Con su mochila llena de snacks y una libreta, se aventuró entre los árboles altos y las lianas que colgaban como cortinas delgadas.

Mientras caminaba, se encontró con una tortuga llamada Tula, que estaba descansando en una piedra cerca de un arroyo. Tomás se agachó y dijo:

"¡Hola, Tula! ¿Qué haces tan tranquilita aquí?"

"¡Hola, Tomás! Estoy disfrutando del sol. A veces es bueno tomarse un descanso en la vida, ¿no crees?"

"Sí, pero también me gustaría correr como los demás animales. ¿No te gustaría?"

"Cada uno tiene sus propias habilidades. Yo soy lenta, pero con mi caparazón estoy a salvo de muchos peligros. Eso tiene su valor."

Tomás siguió su camino gratamente sorprendido hasta que se topó con un grupo de monos. Saltaban y se columpiaban de rama en rama. Uno de ellos, llamado Tito, se acercó.

"¡Hey, Tomás! ¿Quieres jugar a los saltos?"

"¡Claro! Pero… no sé si puedo saltar tan alto como ustedes."

Tito sonrió y le dijo:

"No te preocupes, cada uno tiene su propio estilo. Yo soy ágil, pero tú puedes observar y aprender. ¡El juego no tiene reglas fijas!"

Mientras jugaban, Tomás notó que uno de los monos se había quedado atrás. Era un pequeño mono que no podía seguir el ritmo. Tomás se acercó y le preguntó:

"¿Por qué no juegas con tus amigos?"

"Porque no puedo saltar tan alto como ellos. Me siento triste…"

Tomás, recordando lo que le había dicho Tula, le respondió:

"Pero tienes una habilidad especial, puedes trepar mejor que nadie. ¿Por qué no los invitas a jugar a algo que tú puedas hacer? Fíjate que todos tienen algo único."

El mono sonrió y se subió a una rama baja. Desde allí, comenzó a hacer una serie de acrobacias que dejaron boquiabiertos a los demás.

"¡Eso es! Vos podés!" gritó Tomás, aplaudiendo mientras los monos se unían a él, creando un juego en el que cada uno mostraba su talento particular.

Continuando su aventura, Tomás se detuvo al borde de una pequeña laguna. Allí vio a una hermosa rana llamada Ría que saltaba de hoja en hoja.

"Hola, Ría. ¡Eres muy rápida!"

"Gracias, Tomás. Saltar es lo que mejor hago. A veces me gustaría ser más colorida como los peces de la laguna."

Tomás se dio cuenta de que hasta los animales más talentosos deseaban algo diferente.

"Pero tú eres única con tu habilidad para saltar y tus colores. ¡Eres especial tal y como eres!"

Ría se sonrojó y rió, agradecida por las palabras de Tomás.

De repente, la selva se llenó de ruidos. Un grupo de pájaros comenzó a chocar entre sí y a volar en círculos como si jugaran.

"¿Qué sucede?" preguntó Tomás, intrigado.

"Estamos practicando para el gran concurso del vuelo, pero todos quieren ser el más rápido y se estresan. ¡Es tan molesto!" gritaron dos pájaros.

Tomás, cansado de verlos discutir, dijo:

"¿Por qué no intentan volar en formación? ¡Tienen muchas más posibilidades de ganar como equipo que solos!"

Los pájaros se miraron y decidieron intentarlo. Así fue como, unidos, lograron volar en perfecta sincronía, sorprendiendo a todos los demás animales.

Mientras la tarde caía, Tomás se sentó a escribir en su libreta. Había aprendido tanto de sus nuevos amigos y les agradeció por compartir sus historias. Se dio cuenta de que cada uno tenía algo que ofrecer y que la diversidad era la verdadera riqueza.

Finalmente, se despidió de todos ellos:

"¡Gracias por este día mágico en la selva! He aprendido que cada uno de ustedes es diferente y especial a su manera. ¡No hay nada mejor que ser uno mismo!"

"¡Adiós, Tomás! ¡Vuelve pronto a jugar!" le gritaron todos juntos.

Tomás salió de la selva con una enorme sonrisa y un corazón lleno de inspiración, sabiendo que siempre recordaría a sus amigos y sus lecciones sobre la vida y la diversidad del mundo animal.

FIN.

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