El maravilloso viaje de Don Pedro
Había una vez un simpático anciano llamado Don Pedro, que siempre soñaba con viajar al universo y hacer nuevos descubrimientos. Pero había un pequeño problema: no tenía una nave espacial para poder llevar a cabo su aventura.
Un día, mientras paseaba por el parque, vio a un grupo de niños construyendo aviones de papel. Se acercó curioso y les preguntó si podían ayudarlo a construir una nave espacial.
Los niños, emocionados por la idea de ayudar a Don Pedro, aceptaron encantados. Así comenzaron los preparativos para la gran misión espacial.
Todos los días después de la escuela, Don Pedro se reunía con los niños en su garaje y juntos iban recolectando materiales reciclables para construir la nave. Utilizaron cajas de cartón, botellas vacías y latas viejas. Trabajaban arduamente mientras reían y compartían historias. Poco a poco, la nave espacial empezó a tomar forma.
Le pusieron alas hechas con periódicos pegados entre sí y decoraron las paredes internas con dibujos coloridos de estrellas y planetas. Colocaron luces intermitentes en el exterior para darle un toque futurista. Finalmente, llegó el día del lanzamiento. Don Pedro estaba nervioso pero emocionado al mismo tiempo.
Subió a bordo junto a los niños y se ajustaron los cinturones de seguridad improvisados que habían hecho con cuerdas fuertes. "¡Prepárense para despegue!"- exclamó Don Pedro mientras pulsaba un botón imaginario en el tablero de control.
Los niños hicieron sonidos de motores y todos cerraron los ojos, imaginando que estaban volando hacia las estrellas. Cuando abrieron los ojos, se encontraron en el parque, pero sus corazones estaban llenos de alegría y emoción.
Don Pedro les agradeció a los niños por ayudarlo a cumplir su sueño de viajar al universo. Aunque no habían llegado realmente al espacio exterior, habían creado un mundo mágico lleno de imaginación y amistad.
A partir de ese día, Don Pedro y los niños continuaron explorando el —"universo" juntos. Cada semana construían una nueva nave espacial utilizando diferentes materiales y aprendiendo sobre ciencia e ingeniería en el proceso. Con cada vuelo imaginario, la pasión por la exploración crecía en ellos.
Los niños soñaban con convertirse en astronautas reales algún día, mientras que Don Pedro se sentía orgulloso de haber motivado a los más jóvenes a perseguir sus sueños.
Y así fue como Don Pedro descubrió que no necesitaba una nave espacial real para alcanzar las estrellas. La verdadera magia estaba dentro de su corazón y en la imaginación compartida con los demás.
Juntos, habían logrado algo mucho más valioso que cualquier viaje físico: habían creado un vínculo eterno entre generaciones diferentes basado en la amistad y el amor por la aventura. Desde aquel día, Don Pedro siguió inspirando a más personas con su historia y demostró que nunca es demasiado tarde para perseguir nuestros sueños.
Y aunque nadie sabe qué le espera al final del universo real, siempre podemos encontrar nuevas fronteras dentro de nosotros mismos.
El viaje de Don Pedro nos enseñó que el verdadero descubrimiento está en la imaginación y en el poder de creer en nosotros mismos.
FIN.