El Marino y el Mar Enfurecido



En un pequeño pueblo costero, donde las olas susurraban historias antiguas, vivía un marinero llamado Tomás. Era conocido en toda la costa por su energía positiva y su habilidad para salir al mar, sin importar cuán enojado estuviera. Pero había un secreto que pocos conocían: cada vez que tomaba el barco, el mar se alteraba un poco más.

Una mañana, mientras el sol se asomaba por el horizonte, Tomás se preparaba para zarpar. Llenó su bote de provisiones, sonriendo mientras acariciaba el casco de madera con su mano.

-Ah, mi querido amigo -dijo Tomás-, hoy será un gran día. Vamos a pescar y a disfrutar del sol.

Al poco tiempo de navegar, las olas comenzaron a agitarse. El cielo se tornó gris y el viento aullaba.

-Por favor, mar, calma un poco -exclamó Tomás, sintiendo cómo la embarcación brincaba-. Sabés que me encanta la aventura, pero hoy quiero paz.

Pero el mar seguía lanzando olas furiosas.

-¿Por qué estás tan enojado, querido mar? -preguntó Tomás, intentando entender.

En ese momento, una gran ola, un poco más alta que las demás, se alzó a su alrededor, y de su interior emergió una voz profunda y resonante.

-¡Soy el Mar Enfurecido! -tronó-. Todos vienen a mí solo para divertirse y pescar, pero nadie se detiene a escucharme.

Tomás, aunque asustado, se armó de valor y le respondió:

-¡Perdona, Mar Enfurecido! ¡Yo quiero escucharte! ¿Por qué estás tan enojado?

El mar, sorprendido por la valentía de Tomás, se calmó un poco y explicó:

-Muchas veces olvidan que tengo sentimientos. La contaminación me duele, y los barcos que pasan dejan atrás desechos. Necesito que todos cuiden de mí, que me respeten.

-¡Eso suena muy triste! -dijo Tomás, con ojos brillantes-. Pero, ¿qué puedo hacer yo? Soy solo un marinero.

-¡Eres más que eso! -respondió el mar, recuperando su serenidad-. Puedes hablar con tus amigos, enseñarles a cuidar de mí, y así juntos podemos volver a ser felices.

Tomás se sentó en su bote, pensativo. Luego sonrió con determinación.

-¡Haré de mi misión cuidar de vos! -gritó.

Así que, cuando regresó a su pueblo, inició una campaña para concientizar a todos sobre la importancia de cuidar el océano.

-Vamos a limpiar las playas -decía a sus vecinos-. Y a usar menos plástico. ¡No dejemos que el mar esté enfurecido!

Con el tiempo, más y más personas se unieron a Tomás. Juntos, realizaron limpiezas de playas, ayudaron a salvar a los animales marinos y aprendieron sobre la vida en el océano. Cada vez que el mar estaba enojado, Tomás les recordaba lo que había aprendido: no solo era un marino, sino un protector del mar.

Pasaron los meses, y un día, al navegar nuevamente, las aguas estaban tranquilas y el sol brillaba con fuerza.

-¡Lo lograste, Tomás! -dijo la voz del mar, ahora suave como una canción de cuna-. Me hiciste sentir respetado y amado.

-¡Eso no se hubiera podido sin la ayuda de todos! -reaccionó Tomás, sonriendo con satisfacción.

Desde ese día, el pueblo vivió en armonía con el mar. La risa y la alegría reemplazaron a la preocupación. Tomás, el marinero experto en felicidad, había aprendido que escuchar y cuidar del entorno era la verdadera aventura.

Y así, todos los días, el mar y Tomás se comunicaban, pero ahora, el abrazo de las olas era de agradecimiento y felicidad.

FIN.

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