El Mate y la Pallada de Nahuel



En una hermosa llanura del campo argentino, vivía un gaucho llamado Nahuel, conocido por su inigualable talento para hacer palladas mientras disfruta de un buen mate. Cada mañana, al salir el sol sobre las montañas, Nahuel se sentaba bajo un gran árbol de algarrobo con su mate y su pava de agua caliente, listo para comenzar su día.

Un día, mientras Nahuel estaba cómodamente sentado, escuchó un bullicio a lo lejos. Era un grupo de chicos del pueblo que venían corriendo, riendo y jugando a la pelota.

"¡Eh, Nahuel! ¿Jugás con nosotros?" - gritó Pedro, el más pequeño del grupo.

"¡Ay, me encantaría, pero tengo que terminar de hacer mis palladas!" - respondió Nahuel con una sonrisa.

Los chicos se miraron un poco decepcionados. Ellos también adoraban hacer palladas, pero su ritmo era un poco más rápido. Sin embargo, Nahuel no estaba dispuesto a dejar que esa fuera la última palabra.

"¿Y si hacemos una competencia de palladas?" - sugirió Nahuel, levantando su mate.

"¡Sí, eso suena genial!" - exclamaron los chicos entusiasmados.

Así que Nahuel les explicó las reglas: cada uno tendría que hacer una pallada y el que lo hiciera más rápido y de manera más creativa ganaría un delicioso mate hecho por él.

Los chicos se dispusieron a preparar sus palladas, pero el entusiasmo pronto se transformó en apuro. El primero en intentarlo fue Pedro, quien se dejó llevar por la velocidad y se enredó con la soga.

"¡Ay, no!" - gritó, mientras caía al suelo, risueño pero un poco frustrado.

El siguiente fue Juan, que también falló mirando de reojo a los demás, tratando de apurarse. Nahuel, observando sus intentos, se dio cuenta de que todos estaban tan ansiosos por ganar que se olvidaron de disfrutar el momento.

Conmovido por sus esfuerzos, Nahuel decidió intervenir. "Chicos, ¿qué tal si hacemos una pausa y disfrutamos de un buen mate juntos?" - propuso, sonriendo.

Los chicos miraron hacia Nahuel, confundidos, pero finalmente aceptaron. Se sentaron a su alrededor y Nahuel comenzó a cebar mate, mientras compartía historias de aventuras en el campo.

"A veces, la vida es como hacer una pallada. No siempre es necesario correr; lo importante es disfrutar lo que hacemos y aprender de cada intento, así, con paciencia, se logra más que apurarse sin pensar." - les dijo mientras les pasaba el mate.

Los chicos, con el mate caliente en mano, comenzaron a reír y a contar historias también. La competencia se olvidó, pero ganaron algo más valioso: la amistad.

Luego de un rato, Nahuel les propuso: "¿Qué les parece si hacemos una pallada en equipo?" - y así, uno a uno, ayudándose mutuamente, lograron hacer la pallada más impresionante que habían visto jamás, riendo y disfrutando cada momento como una gran familia.

"¡Esto es lo que realmente importa!" - exclamó Juan, gritando de felicidad.

Finalmente, Nahuel les enseñó los secretos de hacer la mejor pallada, y a la hora de despedirse, todos estaban contentos, no porque hubieran ganado, sino porque habían celebrado un día memorable juntos.

Desde aquel día, en cada encuentro, empezaron a compartir no solo la pallada, sino también el mate, recordando que a veces el verdadero sentido de una competencia está en la diversión y en los lazos que se crean.

Y así, nuestro gaucho Nahuel se convirtió en el mejor maestro de palladas, pero no solo por sus habilidades, sino por el gran corazón que compartía con todos los chicos del pueblo, enseñándoles que en la vida lo más importante es disfrutar el camino, juntos, con un buen mate de por medio.

FIN.

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