El Mensajero de los Andes



En un pequeño poblado al pie de las montañas, vivía un joven llamado Inti, conocido por su energía y su espíritu aventurero. Inti soñaba con recorrer los antiguos caminos incas, esos que unían lejanas aldeas en lo alto de los Andes. Un día, su abuelo le contó sobre los mensajeros, llamados ‘chasquis’, que llevaban mensajes importantes de un lugar a otro.

"¡¿Qué tan rápido podían ir? !" - preguntó Inti emocionado.

"Son tan rápidos como el viento, querido. Conocen cada rincón de estas tierras y saben cómo sortear cualquier obstáculo" - respondió su abuelo con una sonrisa.

Decidido a seguir sus pasos, Inti se preparó para el viaje. Primero, se despidió de su abuelo, quien le entregó un pequeño talismán de piedra como símbolo de protección.

"Recuerda, Inti, no solo importa llegar rápido, sino también aprender del camino" - le aconsejó.

Con su mochila al hombro y su espíritu aventurero, Inti comenzó su travesía. Al principio, todo parecía sencillo. Los senderos eran claros y los paisajes lo deslumbraban. Cuando llegó a su primera parada, se encontró con una anciana que estaba tratando de cruzar un puente roto.

"¡Ayuda! No puedo cruzar y necesito llevar estas verduras al mercado" - decía la anciana, preocupada.

Inti, sin pensarlo dos veces, se acercó.

"No se preocupe, señora. Voy a ayudarla" - exclamó.

Con ingenio, utilizó ramas y cuerdas que encontró cerca del río y reparó el puente lo suficiente como para que la anciana pudiera cruzar.

"¡Gracias, querido! Eres un verdadero héroe" - dijo ella con lágrimas en los ojos.

Inti siguió su camino, sintiendo el calor del agradecimiento en su corazón. Sin embargo, a medida que avanzaba, se encontró con una densa niebla que cubría el sendero y lo hizo perderse.

"¡Oh no! ¿Cómo voy a continuar? !" - se lamentó.

Pero recordando el consejo de su abuelo, se sentó a reflexionar.

"Si un chasqui se pierde, debe buscar un lugar alto donde observar el camino" - pensó.

Inti subió una pequeña colina y, desde allí, pudo ver el sendero claro que continuaba más adelante. Siguió su rumbo, más confiado, y pronto llegó a un grupo de niños que estaban construyendo un juego tradicional.

"¡Hola! ¿Pueden jugar con nosotros?" - preguntaron ellos, mirándolo con curiosidad.

"Lo siento, pero tengo que seguir mi camino" - respondió Inti con amabilidad.

"Por favor, un ratito. Solo un problema más y después podés seguir" - insistieron.

Inti recordó sus propias aventuras de infancia y decidió ayudar. Juntos, construyeron un nuevo juego, lleno de risas y alegría. Al final, los niños le dieron un pequeño tambor como regalo.

"¡Tómalo! Hacelo sonar para que nunca olvides esta amistad" - dijeron al unísono.

Continuando su viaje, Inti finalmente llegó a la aldea que era su destino. La gente lo recibió con alegría, y al entregarle el mensaje, todos comenzaron a aplaudir.

"¡Bravo, Inti! No solo llegaste, ayudaste a quienes lo necesitaban y aprendiste en el camino!" - exclamó el líder de la aldea.

Inti sintió que su corazón se llenaba de felicidad. No solo había sido un mensajero, sino un verdadero compañero de viaje. Había aprendido que la vida estaba llena de pequeñas aventuras y de la importancia de ayudar a los demás.

Al regresar a su pueblo, compartió sus relatos con su abuelo.

"Al final, abuelo, el viaje fue mucho más que llevar un mensaje. Cada encuentro y cada desafío hicieron de mí un mejor mensajero" - dijo, sonriendo.

Y así, Inti hizo un pacto consigo mismo: seguiría recorriendo los caminos incas, pero siempre recordaría que la verdadera esencia de un chasqui no estaba en la rapidez, sino en el amor y la bondad que se compartía en cada paso dado.

FIN.

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