El Mensajero del Cielo
Había una vez, en un rinconcito de un cielo iluminado por estrellas brillantes, una pequeña niña llamada Luz. Luz no era una niña común; ella había sido elegida para llevar mensajes de aliento y alegría a todos los que los necesitaban en la Tierra. Tenía una voz tan dulce, que cuando cantaba, parecía que las flores florecían y el sol brillaba más fuerte.
Un día, Luz miró hacia abajo y vio un pequeño pueblo llamado Villacielo. Las casas estaban cubiertas de colores, pero los rostros de sus habitantes se veían tristes. Entonces, decidió que era hora de visitar ese lugar tan especial.
"¡Descenderé a la Tierra!" - exclamó Luz llenándose de emoción.
Con un par de alas brillantes, se deslizó hacia abajo y aterrizó suavemente en la plaza del pueblo. Todos la miraron con asombro.
"¿Quién es ella?" - murmuró una niña llamada Clara.
"Soy Luz, vengo del cielo para traer alegría y esperanza" - dijo la pequeña con una sonrisa resplandeciente.
Los habitantes, aunque intrigados, no estaban seguros de creerle. Pero Luz no se desanimó. Decidió organizar un gran festival en la plaza, invitando a todos a participar.
"¡Vamos a cantar y bailar!" - gritó Luz entusiasmada.
Al principio, algunos dudaron.
"No tenemos ganas de celebrar..." - dijo un hombre mayor llamado Don Pedro.
Pero Luz, con su voz melodiosa, comenzó a cantar una canción sobre la amistad y la alegría. A medida que sonaban las notas, los corazones de la gente comenzaron a cambiar.
"¡Eso suena hermoso!" - comentó Clara, comenzando a mover los pies al ritmo de la música.
Poco a poco, la música envolvió a todos, y comenzaron a unirse. La risa empezó a llenar el aire mientras danzaban juntos.
Sin embargo, justo cuando el festival estaba en pleno apogeo, apareció un hombre llamado Don Ignacio, conocido por ser un aguafiestas, que había decidido arruinar el momento.
"No hay razón para cantar y bailar, todo está mal en este pueblo. La tristeza siempre está presente" - protestó.
Pero Luz, con su esencia luminosa, no se dejó intimidar.
"Cada uno de nosotros tiene el poder de elegir ser feliz. Aunque haya desafíos, hoy elegimos celebrar juntos" - dijo Luz, mirando sinceramente a Don Ignacio.
Las palabras de Luz resonaron en los corazones de todos, incluso de Don Ignacio. El hombre se sintió ligeramente conmovido, y en un momento de debilidad, comenzó a recordar días más felices de su vida.
"Tal vez, tengo algunos recuerdos que valen la pena celebrar..." - musitó.
Luz sonrió y lo invitó a unirse al baile. "¡Ven, bailemos!" - exclamó. Y él, tras dudar un momento, se acercó a la ronda donde todos estaban bailando y, poco a poco, se fue sumando a la diversión.
A medida que pasaban las horas, la tristeza se fue disipando. Cada canción que Luz interpretaba llenaba de luz los corazones de las personas. Al finalizar el festival, la comunidad había cambiado. Ya no eran más los mismos habitantes tristes; ahora, compartían sonrisas y abrazos entre ellos.
Al caer la noche, Luz supo que era hora de regresar al cielo.
"Gracias, Luz, por traernos alegría" - dijeron todos en coro.
"Siempre que necesiten un poco de luz, solo miren hacia el cielo. Recuerden que la esperanza nunca se apaga" - respondió Luz con una amplia sonrisa.
Con un último brillo de sus alas, se elevó hacia las estrellas, dejando en el aire la promesa de que siempre habría luz, incluso en los días más oscuros. Y así, el pueblo de Villacielo nunca olvidó a su pequeño mensajero del cielo, quien les enseñó a buscar la alegría en cada rincón de sus corazones.
FIN.