El Mensajero del Colibrí



En un pequeño pueblo rodeado de montañas y ríos cristalinos, vivía una niña llamada Luna. A Luna le encantaba explorar la naturaleza, cada día descubría algo nuevo y maravilloso. Pero había algo que la preocupaba; a veces se sentía triste porque no le podía ayudar a su familia tanto como le gustaría.

Una mañana, mientras paseaba por el bosque, vio un destello de color en el aire. Era un colibrí, un hermoso pájaro de plumas brillantes que danzaba en el aire como si estuviera jugando. Luna recordó lo que le había contado su abuela: "Los mayas dicen que cada vez que veas un colibrí, debes pensar en cosas buenas para ti y tu familia".

"¡Hola, pequeño colibrí!" -exclamó Luna, sonriendo.

"¡Piensa en grande!" -parecía decir el colibrí, mientras zumbaba cerca de su oreja. Luna cerró los ojos y comenzó a pensar.

"Quiero que papá esté feliz en su trabajo, y que mamá esté contenta porque su arte es reconocido" -murmuraba. No podía dejar de sonreír. Cuando abrió los ojos, el colibrí todavía estaba allí, revoloteando a su alrededor.

Por primera vez se sintió ligera y esperanzada. Entonces, decidió seguir al colibrí. Mientras se adentraba más en el bosque, se encontró con sus amigos, Mateo y Sofía, quienes también paseaban por allí.

"¿Qué haces, Luna?" -preguntó Mateo, curioso.

"¡Sigo a un colibrí! Los mayas dicen que hay que pensar en positivo cuando los vemos" -respondió emocionada.

Sofía sonrió: "¿Qué cosas buenas estás pensando?"

"Quiero que nuestra escuela tenga más libros y que nuestro equipo de fútbol gane el próximo partido" -contestó.

"¡Eso es genial! ¡Vamos a pensar todos juntos!" -dijo Mateo, mientras el colibrí parecía aplaudir con sus alas.

Todos se pusieron a pensar en grande, deseando cosas buenas para sus familias y amigos. De repente, el colibrí voló más rápido y se perdió entre los árboles.

"¿Adónde habrá ido?" -se preguntó Luna. Pero algo cambió en ella; se sentía más feliz, más confiada. De regreso al hogar, encontró a su mamá pintando, lucía serena.

"Hoy me siento inspirada. Voy a presentar mis obras en la galería del pueblo" -anunció. Luna se llenó de alegría.

El día siguiente, organizaron una pequeña exposición en el parque. La familia de Luna y muchos otros llegaron a ver el arte de su madre. Con cada pintura que mostraba, las sonrisas crecía, y Luna se dio cuenta de que el colibrí había hecho magia en sus pensamientos.

En medio de la exposición, un siempre positivo Mateo se acercó a Luna.

"¡Hoy es nuestro gran partido! Voy a dar lo mejor de mí. Pensé en que ganaremos" -dijo. Luna, entusiasmada, saltó: "Sí, vamos a ganar!"

El día del partido llegó, y el equipo, lleno de optimismo y energía, anotó un gol tras otro, celebrando cada jugada como un triunfo. No solo ganaron el partido, sino que también se hicieron amigos de otros equipos que reconocieron su esfuerzo.

Al final de la semana, Luna pensó en el colibrí.

"¿Y si cada vez que veamos un colibrí, le pedimos más cosas bonitas para los demás?" -propuso ella. Los tres amigos se miraron y sonrieron.

La próxima vez que Luna vio al colibrí, no solo pensó en su familia, sino también en sus amigos y su comunidad.

Así, el colibrí se convirtió en un símbolo de esperanza y alegría en el pueblo, recordando a cada uno de ellos que, aunque no siempre todo es perfecto, mantener pensamientos positivos puede cambiar el rumbo de un día común.

Y cada vez que se veía uno, todos corrían a hacer sus deseos, juntos, en un mundo lleno de alegría y amor.

FIN.

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