El mercado de los sabios


En la antigua Grecia, en una soleada mañana, Sócrates, Platón y Aristóteles se encontraban dando clases a un grupo de niños muy traviesos en la plaza del mercado.

Los tres filósofos estaban emocionados por transmitir su sabiduría a las jóvenes mentes, pero no esperaban las travesuras que los esperaban. Sócrates comenzó la clase hablando sobre la importancia de conocerse a uno mismo.

"Niños, recuerden que el conocimiento comienza con la conciencia de nuestra propia ignorancia"- les decía con paciencia. Pero justo cuando estaba a punto de explicar el concepto de "sólo sé que no sé nada", un niño travieso le lanzó una pelota desde atrás, interrumpiendo su discurso. Platón intentaba mantener el orden en medio del caos.

"¡Por favor, presten atención! La idea de las formas perfectas es crucial para entender el mundo que nos rodea"- les decía mientras señalaba hacia arriba.

Pero los niños empezaron a imitar sus gestos y pronto todos estaban apuntando al cielo como si fueran estatuas vivientes. Aristóteles, viendo la situación, decidió tomar medidas drásticas. "Escuchen bien, queridos alumnos. La lógica y el razonamiento son fundamentales para llegar a verdades universales"- les explicaba seriamente.

Pero un grupo de niños había encontrado tizas y empezaron a dibujar bigotes en sus rostros mientras él hablaba. Los filósofos se miraron entre sí con resignación. Parecía imposible mantener el control de aquellos pequeños revoltosos.

Sin embargo, decidieron no rendirse y buscaron una nueva estrategia para captar su atención. Fue entonces cuando Sócrates tuvo una brillante idea.

"¿Qué tal si convertimos esta clase en un juego? Un juego donde cada pregunta correcta nos acerque más al tesoro escondido en la plaza"- propuso con entusiasmo. Los niños se emocionaron ante la perspectiva del desafío y pronto estaban participando activamente en responder las preguntas filosóficas planteadas por los maestros.

Descubrieron juntos ideas fascinantes sobre la justicia, la amistad y el bienestar social. Al final de la clase, los tres filósofos premiaron a los niños más participativos con medallas simbólicas hechas de hojas doradas encontradas en el suelo.

Los pequeños traviesos estaban encantados con sus premios y prometieron seguir aprendiendo cada día más sobre el mundo que los rodeaba. Así terminó aquella inolvidable clase filosófica en medio del bullicio del mercado griego: con risas, aprendizaje y una pizca de caos controlado gracias al ingenio de Sócrates, Platón y Aristóteles.

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