El Mewing de Lucas
Había una vez un pequeño pueblo llamado Sonrisas, donde todos los niños jugaban alegremente en las plazas y hacían travesuras en la escuela. Entre ellos, había un niño llamado Lucas, que era curioso y siempre quería aprender cosas nuevas. Un día, escuchó a su maestra, la señorita Paula, hablar sobre algo llamado 'mewing'.
"¿Qué es el mewing?" - preguntó Lucas, emocionado.
"Es una técnica que ayuda a alinear los dientes y mejorar la postura de la mandíbula, convirtiendo nuestros rostros en verdaderas obras de arte", respondió la señorita Paula con una sonrisa.
Lucas, decidido a probarlo, volvió a casa y se miró en el espejo. Pero no sabía exactamente cómo hacerlo. Recordó que la señorita Paula había dicho que era cuestión de colocar la lengua contra el paladar, pero no estaba seguro de cómo se hacía.
"¿Podré hacerlo?" - se preguntó a sí mismo.
Al día siguiente, Lucas se reunió con sus amigos en el colegio. Les contó sobre el mewing, pero en lugar de ayudarlo, sus amigos comenzaron a reírse.
"Lucas, no podés hacerme ver el cielo con esa lengua pegada al techo de tu boca", se burló su amigo Martín.
"¿Y quién necesita eso?" - agregó Sofía.
Lucas se sintió desanimado, pero su pasión por aprender no lo dejaría rendirse. Decidió investigar más sobre el mewing. Así que, después de la escuela, se quedó en la biblioteca y comenzó a leer.
Allí encontró un libro titulado “Facilito Mewing”, que se leía como un cuento. En las primeras páginas hablaba sobre un dragón llamado Drago que no podía enderezar su cuello, pero descubrió el mewing.
"¡Eso es lo que necesito!" - exclamó Lucas, emocionado.
El libro continuaba contando cómo Drago pedía ayuda a un sabio búho para aprender.
"¿Por qué no pruebas conmigo?" - sugirió el búho, que era muy sabio.
"Sólo necesitas practicar y ser paciente. Aquí, dibujé un paladar para que lo visualices mientras lo haces".
Lucas se sintió inspirado. Decidió que para aprender a hacer mewing, debía empezar a practicar en casa.
Un fin de semana, comenzó a pararse frente al espejo y decir en voz alta:
"¡Soy un dragón fuerte y elegante!"
Cada vez que decía eso, levantaba la cabeza, apretaba los labios y colocaba su lengua en el paladar. Se reía al verse en el espejo, pero no se dio por vencido.
Día a día, Lucas se dedicó a practicar. Aunque a veces se sentía raro y sus amigos se seguían riendo de él, cada vez lo hacía con más confianza.
Un día, a Lucas se le ocurrió una idea:
"¡Voy a hacer un campeonato de mewing!" - exclamó a su grupo de amigos.
Sus amigos se miraron entre sí, confundidos.
"¿Qué es eso, Lucas?" - preguntó Sofía.
"Voy a invitar a todos a aprender a hacer mewing y a mostrar cómo se hace, como un verdadero dragón. ¡El que mejor lo haga, ganará un trofeo!"
Los amigos comenzaron a reír de nuevo, pero Lucas estaba decidido a demostrarles que podía hacerlo. Con muchas ganas, organizó una jornada en el parque.
El día del campeonato llegó, y todos se reunieron a su alrededor. Uno a uno mostraron sus intentos de hacer mewing mientras Lucas narraba con emoción.
"¡Miren al dragón Drago! ¡Él también está aprendiendo!" - dijo Lucas, y siguió motivando a sus amigos. Pronto, todos se unieron a la práctica:
"¡Soy un dragón fuerte y elegante!"
Al final del día, todos se habían divertido tanto que decidieron seguir practicando juntos. Ya no les parecía raro, ni a Lucas ni a sus amigos.
"Lucas, ¡sos un genio!" - dijo Martín.
"Sí, esto es genial, debería hacerse más a menudo" - agregó Sofía.
Así, Lucas aprendió que no solo era importante hacer mewing, sino también aceptar lo que no conocías y compartirlo con los demás. Desde ese día, no solo mejoró su técnica, sino también la amistad entre ellos.
Y aunque el camino no siempre fue fácil, Lucas se convirtió en un verdadero maestro no solo del mewing, sino de la confianza y la perseverancia. Se dio cuenta de que lo importante era no rendirse, disfrutar del proceso y siempre estar abierto a ayudar a otros.
Y así vive, Lucas, siendo un dragón dentro de su corazón, siempre listo para volar alto.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
FIN.