El miedo de Benja



Era una mañana soleada cuando Benja se despertó con ganas de no ir al colegio. No era que no le gustara aprender, sino que había algo que lo llenaba de temor: la profesora de matemáticas, la señora Teresa. Un rumor en la escuela decía que era tan vieja que había enseñado hasta a los abuelos de algunos de los chicos. Pero lo que más le incomodaba a Benja era cómo la veía: con esas gafas enormes que le hacían parecer un búho y una actitud muy estricta.

"Hoy es el primer día de clases, y tengo matemáticas...", pensó Benja mientras se ponía su mochila al hombro. Al salir de casa, su mamá lo animó:

"Ánimo, Benja. La señora Teresa puede parecer ruda, pero es muy sabia. Dale una oportunidad."

"¿Sabia? ¡Más bien parece una bruja!", respondió Benja un poco quejumbroso.

Cuando llegó al colegio, el corazón le palpitaba como si hubiera corrido una maratón. Sus amigos, Mateo y Lucía, lo esperaban en el recreo.

"¿Estás listo para ver a la señora Teresa?", le preguntó Mateo.

"No sé si estoy listo...", contestó Benja con un susurro.

"Es solo una profesora, ¡no un monstruo!", se rió Lucía.

- “Tal vez te guíe en los secretos de las matemáticas. ¡Piensa que es como un juego!"

A medida que transcurría la mañana, Benja sintió que los minutos se alargaban. Finalmente, el timbre sonó. Todos los chicos se pusieron de pie y caminaron hacia el aula de matemáticas. La puerta crujió al abrirse, revelando a la señora Teresa, que estaba sentada detrás de un escritorio repleto de libros.

"¡Hola, chicos! Bienvenidos a la clase de matemáticas", dijo la señora Teresa con una voz firme, pero al mismo tiempo amistosa.

Benja se dio cuenta de que, aunque su apariencia era algo intimidante, su sonrisa tenía un aire cálido. Al pasar unos minutos, la profesora empezó a explicar algunos problemas matemáticos básicos.

"Hoy vamos a resolver un misterio: cuántas galletas hay en la caja si les doy a cinco amigos, cuatro galletas a cada uno. ¿Alguna idea?"

Benja pensó que eso era raro para alguien que era considerada tan severa, y su curiosidad empezó a vencer su miedo. Levantó la mano con timidez.

"Pero... si tenemos cuatro galletas para cada amigo, ¿cuántas galletas hay que hacer?" -dijo buscando una respuesta claro.

"¡Muy buena pregunta, Benja! Si cinco amigos tienen cuatro galletas cada uno, entonces multiplicamos cinco por cuatro", explicó la señora Teresa.

Benja fue entendiendo poco a poco. El miedo comenzó a desvanecerse y, lo que es más, se dio cuenta de que le gustaban las matemáticas. Sin darse cuenta, ya había tomado confianza con algunos de los problemas. La señora Teresa lo observaba con atención.

"Benja, veo que tienes un buen razonamiento. Deberías sentirte orgulloso", le dijo ella con una gran sonrisa. Benja se sorprendió; nunca pensó que podría recibir un elogio de la señora Teresa.

Mientras avanzaba la clase, Benja se dio cuenta de que sus nuevos sentimientos hacia la señora Teresa también cambiaban. Al final de la clase decidieron hacer un juego de preguntas. La señora Teresa propuso que dividieran en grupos y compitieran en resolver una serie de acertijos matemáticos. Benja se unió a su grupo, formado por amigos y compañeros. Estuvieron resolviendo en equipo y se dieron cuenta de que tenían muchas ideas.

"Esto es mucho más divertido de lo que pensé", admitió Benja mientras reía con sus amigos.

"¿Ves que no es tan mala?", le dijo Lucía.

"Creo que no, para nada", respondió Benja con una sonrisa.

Al final del día, Benja tuvo una gran idea: decidió hacerle una manualidad a la señora Teresa para el próximo día. Al verlo, sus amigos se sorprendieron.

"¿Estás loco?", le preguntó Mateo.

"No, creo que es genial mostrarle que agradezco sus enseñanzas", explicó Benja.

Esa tarde, Benja trabajó en su creación, un dibujo colorido de todos resolviendo problemas de matemáticas juntos. El día siguiente, entregó su regalo. La señora Teresa se emocionó tanto que, por un momento, parecía olvidar su personalidad estricta.

"Gracias, Benja. Esto significa mucho para mí. En realidad, disfruto mucho enseñando y me gustaría que todos los chicos encuentren alegría en las matemáticas".

Benja se sintió feliz, al fin comprendió que la señora Teresa no era un búho enojado, sino una sabia maestra que tenía mucho amor por lo que hacía. Nunca volvió a sentir miedo. Al contrario, ahora quería aprender más. Y así, el viejo temor de Benja se transformó en un gran respeto por su maestra, y le mostró a todos sus amigos que, a veces, dudar de alguien solo por su apariencia puede hacer que se pierdan cosas importantes.

Cuando Benja miró hacia atrás en esa experiencia, ya no vio a una bruja, sino a una gran maestra que había cambiado su forma de ver las matemáticas y a las personas. Desde entonces, Benja nunca más tuvo miedo de su profesora, y se sintió orgulloso de decir que la señora Teresa era su docente favorita.

FIN.

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