El miedo de Lola
Érase una vez en un pequeño pueblo llamado Villa Perruna, donde vivía Lola, una perra ala muy especial. Lola era única porque tenía unas hermosas alas blancas que le permitían volar por los cielos azules.
Lola siempre había tenido un gran problema: no le gustaban los gatos. Cada vez que veía uno, se ponía nerviosa y comenzaba a ladrarles sin cesar. Pero lo más extraño es que Lola también veía gatos donde no los había.
En su imaginación, cualquier sombra o movimiento se convertía en un minino travieso. Un día soleado, mientras volaba sobre el parque del pueblo, Lola divisó a lo lejos una figura moviéndose entre los árboles.
Sin pensarlo dos veces, bajó rápidamente para investigar qué era aquello. Cuando llegó al lugar, descubrió con sorpresa que no había ningún gato; solo era una hoja caída movida por el viento.
Lola suspiró aliviada y decidió aprovechar la oportunidad para enfrentar su miedo y superarlo de una vez por todas. Se acercó a la hoja y comenzó a olfatearla curiosamente. "¡Vaya!", pensó Lola. "Esto no es un gato en absoluto".
Justo en ese momento apareció Mateo, un niño del pueblo que amaba a todos los animales e incluso tenía varios gatos como mascotas. Mateo notó la presencia de Lola y se acercó lentamente hacia ella. "Hola Lola", saludó Mateo con una sonrisa cálida.
"¿Qué estás haciendo aquí?"Lola levantó las orejas y movió la cola con entusiasmo. Ella conocía a Mateo y sabía que era un niño amable y respetuoso. "Hola Mateo", respondió Lola. "Estoy aquí tratando de superar mi miedo a los gatos.
Pero esta vez me di cuenta de que no hay ningún gato, solo una hoja voladora". Mateo se rió suavemente y le dijo: "Lola, a veces nuestros miedos nos hacen ver cosas que no están allí.
Pero recuerda, los gatos también son seres vivos como nosotros, merecen amor y respeto". Lola asintió con la cabeza mientras reflexionaba sobre las palabras de Mateo.
Ella sabía que tenía que cambiar su actitud hacia los gatos y aprender a convivir en armonía con ellos. Desde ese día, Lola comenzó a visitar regularmente el refugio de animales del pueblo junto a Mateo. Allí conoció a muchos gatitos adorables que necesitaban un hogar amoroso.
A medida que pasaba el tiempo, Lola dejó atrás sus temores infundados y aprendió a apreciar la belleza única de cada felino. Comenzó a jugar con ellos sin ladrar ni mostrar signos de incomodidad.
Un día, mientras volaba por el parque nuevamente, Lola vio algo moverse entre los arbustos. Esta vez se mantuvo tranquila y decidió investigar sin juzgar prematuramente. Para su sorpresa, encontró un pequeño gatito abandonado en busca de ayuda. Sin dudarlo un segundo, volvió rápidamente al refugio para buscar a Mateo.
Juntos lograron rescatar al gatito y encontrarle un hogar amoroso. Desde ese día, Lola y Mateo se convirtieron en los defensores de todos los animales del pueblo, sin importar si tenían alas o patas.
Lola aprendió que el miedo no siempre es racional y que está en nuestras manos superarlo y abrir nuestro corazón a nuevas experiencias. Aprendió a ver más allá de las apariencias y a valorar la diversidad en todas sus formas.
Y así, Lola demostró que incluso cuando enfrentamos nuestros miedos, podemos encontrar amistad, comprensión y felicidad en lugares inesperados.
FIN.