El milagro de Jimena
Jimena era una niña curiosa y alegre que siempre acompañaba a su mamá Roxana a la iglesia los domingos. Les gustaba sentarse en la primera fila para poder ver bien al padre Pablo y escuchar todas sus enseñanzas.
Un domingo, mientras estaban en misa, Jimena sintió un cosquilleo en el pecho. Se agarró fuerte de la mano de su mamá y le susurró:- Mamá, siento algo especial hoy. Roxana sonrió y le apretó la mano con cariño.
La misa transcurría con normalidad, pero Jimena seguía sintiendo esa extraña sensación en su interior. De repente, cuando el padre Pablo empezó a bendecir a los fieles con agua bendita, algo increíble sucedió.
Un destello de luz iluminó la iglesia y todos quedaron asombrados. En ese momento, las personas comenzaron a mirarse entre sí con sorpresa y alegría. - ¡Mamá! ¡¿Ves eso? ! -exclamó Jimena señalando hacia el altar donde se encontraba el padre Pablo.
Roxana no podía creer lo que veían sus ojos. El agua bendita brillaba como nunca antes lo habían visto. La emoción invadió sus corazones y lágrimas de felicidad rodaron por sus mejillas.
El padre Pablo, visiblemente emocionado, les dijo a todos los presentes:- Hermanos y hermanas, hoy hemos sido testigos de un milagro. La fe pura y sincera de esta pequeña ha hecho que Dios nos bendiga con este maravilloso regalo. La congregación estalló en aplausos y vítores.
Todos se abrazaban emocionados por lo que acababan de presenciar. Jimena estaba radiante de felicidad. Había sentido tanta fe en su corazón que había logrado un verdadero milagro para toda la comunidad.
Desde ese día, la historia del milagro de Jimena se difundió por todo el pueblo y muchas personas encontraron consuelo y esperanza en aquel acontecimiento tan especial.
Jimena comprendió entonces que la fe verdadera puede mover montañas y que nunca debemos subestimar el poder que reside en nuestro interior cuando creemos con todo nuestro ser. Y así, entre oraciones llenas de gratitud y sonrisas luminosas, Jimena siguió creciendo rodeada del amor inquebrantable de su familia y la fuerza imparable de su fe.
FIN.