El Milagro de la Estrella Brillante
En un pequeño pueblo llamado Belén, donde las estrellas brillaban como diamantes en el cielo claro, vivía una joven llamada María. María tenía un amor profundo por las historias y soñaba con un mundo lleno de esperanza y bondad.
Un día, mientras recolectaba flores en el campo, se encontró con un anciano sabio llamado Melchior. Tenía una larga barba blanca y ojos que destellaban sabiduría.
-María, -dijo Melchior con una voz suave y profunda-, he viajado por muchos lugares y siempre busco la estrella más brillante en el cielo. Dicen que quien la encuentre está destinado a traer algo especial al mundo.
Intrigada, María le preguntó:
-¿Y cómo se ve esa estrella, anciano?
-Muchas veces, es una chispa de amor que ilumina el corazón de las personas. -respondió él.
María decidió ayudar a Melchior en su búsqueda, así que ambos revisaron el cielo. Pasaron horas observando y hablando de los sueños y la bondad que deseaban ver en el mundo. No obstante, no lograban encontrar la famosa estrella.
Entonces, mientras el sol estaba a punto de esconderse detrás de las montañas, María vio un destello.
-¡Mira, anciano! -exclamó señalando al cielo-. ¡Esa debe ser!
-Muy bien, querida. Sigamos la luz. -dijo Melchior emocionado.
Ambos comenzaron a caminar hacia la estrella, pero en su camino, se encontraron con dos garabatos de madera que comenzaban a pelear.
-¡No, no! No se pelean entre ustedes. ¿Por qué discuten? -preguntó María, separando a los dos.
-Él me empujó y me rompió mi rama. -dijo uno de los garabatos.
-Muchacho, -intervino Melchior-, a veces somos duros con nuestro amigos. Agradece que todavía tienes a alguien con quien jugar.
Los garabatos, sintiéndose mal, se prometieron discutir solo en lugares donde no se lastimaran.
-¿Vieron la estrella brillante? -preguntó María emocionada.
-¡Sí, sigamos! -dijeron los garabatos y se unieron a la búsqueda.
Mientras avanzaban, encontraron a un grupo de animales en el bosque, que también estaban discutiendo sobre quién era el más rápido. María, Melchior y los garabatos comenzaron a ayudarles a entendérselas entre ellos.
-Recuerden, cada uno tiene su propia velocidad y su propio valor. En lugar de competir, celebremos lo que somos. -dijo Melchior con una sonrisa.
Los animales decidieron formar una carrera, pero no una de velocidad, sino una en la que se ayudaban a completar el recorrido. Se dieron cuenta de que podían disfrutar juntos, sin necesidad de pelear.
Finalmente, después de mucho andar, llegaron a un claro donde, en el centro, brillaba la estrella más hermosa que jamás habían visto.
-¡Lo hicimos! -gritaron con alegría.
Pero, para su sorpresa, la estrella comenzó a descender lentamente hacia ellos y, cuando tocó el suelo, se transformó en una pequeña luz dorada que danzaba en el aire.
-¿Quién eres? -preguntó María, llena de asombro.
-Soy el Espíritu de la Bondad, -respondió la luz-. He descendido para recordarles que la verdadera luz de sus vidas está en el amor y la amistad que comparten.
María, Melchior, los garabatos y los animales se miraron unos a otros, comprendiendo que lo que los unía era mucho más brillante que la estrella en el cielo.
-Así es, -dijo Melchior con sabiduría-. La bondad, la amistad y el amor son los regalos más hermosos que podemos dar y recibir.
Y desde ese día, Belén se convirtió en un lugar donde la bondad brillaba tan intensamente como aquella estrella. María, con su amor por las historias, empezó a contar la historia de cómo una simple búsqueda se transformó en un hermoso recordatorio de lo que realmente importa en el mundo. La bondad era, y siempre será, la estrella que guía nuestros corazones.
Y así, cada vez que una estrella brilla en el cielo, los habitantes de Belén saben que es un recordatorio para ser amables y buenos entre sí, y esa fue la verdadera magia que trajo María a su hogar.
FIN.