El Milagro de Nochebuena



Era una noche de Nochebuena en el pequeño pueblo de Alegría, un lugar donde el sol siempre brillaba y las risas eran el sonido más común. Todos los habitantes del pueblo estaban muy emocionados porque se acercaba la Navidad, un momento muy especial para compartir y disfrutar en familia.

Los niños, con sus ojos llenos de expectativa, correteaban por las calles decoradas con luces de colores. Desde las ventanas se podía ver el aroma de las galletitas recién horneadas y el sonido de villancicos llenaba el aire. Sin embargo, había un grupo de amigos que se sentía triste. Eran Juan, María y Lucho, tres niños que siempre se juntaban a jugar.

"¿Por qué todos están tan felices y nosotros nos sentimos tan solos?" - preguntó Lucho, mirando el cielo estrellado.

"Tal vez podamos hacer algo para cambiar eso" - dijo María, con su mirada decidida.

"Sí, ¿qué tal si hacemos algo especial para los demás?" - sugirió Juan.

Decididos a llevar alegría a todos, los tres amigos comenzaron a pensar en un plan. Van a hacer tarjetas navideñas con dibujos y mensajes de amistad, y luego se las regalarían a todos en el pueblo.

Esa misma noche, se pusieron manos a la obra. Con papel, lápices de colores y muchas ganas, empezaron a crear sus obras de arte que destacaban la importancia de la amistad y la paz.

Al día siguiente, decidieron repartirlas. En cada esquina del pueblo, se podían ver a los vecinos con sus sonrisas y gestos amables, así que los niños se animaron y le entregaban una a cada persona.

"¡Feliz Nochebuena!" - decía Juan mientras entregaba la primera tarjeta a la señora Rosa, la panadera.

"¡Qué lindo gesto, chicos! ¡Feliz Navidad!" - respondió la señora Rosa con alegría.

Con cada tarjeta entregada, los niños notaron que la tristeza que sentían se desvanecía. Los adultos empezaron a sonreír y a saludarlos, contagiándose del espíritu navideño. Pero hubo un giro inesperado. Al llegar a la plaza del pueblo, encontraron a un anciano que estaba sentado solo en un banco, miraba a los demás con una expresión de nostalgia.

"¿Por qué no te unes con nosotros?" - le preguntó María.

"No tengo familia, mis amigos se han ido y en Nochebuena me siento muy solo" - contestó el anciano.

Los niños sintieron una punzada en el corazón. Aquel hombre, que había estado tan solo, ahora parecía triste. Sin pensarlo dos veces, decidieron que necesitaban hacer algo especial.

"Vamos a invitarlo a nuestro encuentro de Nochebuena en mi casa" - sugirió Lucho.

Los amigos miraron a su alrededor, buscando un poco más de apoyo para hacer su idea una realidad. Encontraron a un grupo de chicos con whom estaban jugando a la pelota de fútbol en la plaza.

"¡Hey, chicos!" - gritó Juan. "¿Quieren ayudarnos a invitar a este señor a pasar la Nochebuena con nosotros?"

"¡Dale!" - respondieron los otros niños con entusiasmo. Rápidamente, se acercaron al anciano y lo invitaron a su casa.

Al principio, el hombre dudó, pero la sinceridad de los niños y el espíritu festivo lo convencieron.

"Está bien, acepto la invitación. ¡Gracias, jóvenes!" - dijo el anciano sonriendo por primera vez.

Esa noche, la casa de Lucho se llenó no solo de galletitas y villancicos, sino también de risas y amistad. Todos los niños, junto al anciano, compartieron historias sobre sus vidas y conocieron un poco más unos de otros. La tristeza que había sentido el anciano se convirtió en alegría gracias a la calidez de aquellos pequeños corazones.

"¿Saben?" - dijo el anciano mientras disfrutaban de la cena. "Esta es la mejor Nochebuena que he tenido en años. Gracias a ustedes, me siento como en familia".

"Y nosotros aprendimos que compartir la alegría trae más felicidad" - agregó María.

A medida que la noche avanzaba, juntos decidieron formar un círculo y alzaron sus copas llenas de jugo de frutas.

"Por la amistad y la paz en el mundo" - brindaron todos al unísono.

Y así, aquella Nochebuena se convirtió en un bello recuerdo para todo el pueblo de Alegría, donde la verdadera magia de la Navidad no fue solo en las luces o los regalos, sino en el poder de la amistad y el amor que compartieron.

Desde esa noche, el pueblo nunca más estuvo solo ni triste, porque estos amigos habían aprendido que la verdadera felicidad reside en unirse y compartir momentos con quienes nos rodean, fomentando un mundo donde la paz y la alegría siempre estarían presentes.

FIN.

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