El Mimo y el Valor de la Amistad
Había una vez en un pequeño pueblo argentino, un niño llamado Tomás que adoraba pasar tiempo con su tío, el tío Mimo. A Tomás le fascinaba cómo su tío podía comunicarse sin decir una sola palabra; sólo usaba gestos, caras y un montón de mímica divertida. Pero había un problema: cuando el tío Mimo se emocionaba, siempre comenzaba a gritar de alegría, pero lo hacía de una manera muy peculiar: él gritaba con gestos exagerados, y eso hacía que Tomás se sintiera un poco incómodo.
Un día, durante una visita al parque, el tío Mimo decidió hacer un espectáculo para todos los niños. Tomás estaba nervioso.
"¿No sería mejor si sólo jugamos?" - preguntó Tomás.
"¡No! ¡Hoy es un gran día! ¡Voy a mostrarles lo divertido que puedo ser!" - exclamó su tío con entusiasmo.
Mientras el tío Mimo se preparaba, Tomás no podía quitarse de la cabeza que todos lo mirarían. Así que decidió alejarse un poco. Pero cuando el espectáculo comenzó, algo mágico sucedió: los niños, incluidos los adultos, comenzaron a reír y aplaudir. El tío Mimo hacía gestos exagerados, pero sólo para mostrar alegría y diversión.
"¡Vamos, Tomás! ¡Únete!" - gritó el tío.
"No sé…" - balbuceó Tomás, mirando a sus pequeños compañeros.
Sin embargo, al ver lo feliz que estaba su tío y cómo todos lo disfrutaban, Tomás sintió que debía intentarlo. Se acercó, y con un pequeño gesto, comenzó a imitar a su tío. A medida que se sumaba al espectáculo, se dio cuenta de que la risa era contagiosa. La emoción llenó su corazón, y al final de la actuación, incluso votaron para elegir al mejor mimo, y todos gritaban el nombre de Tomás.
Después de recibir una lluvia de aplausos, el tío Mimo miró a Tomás y le dijo:
"Ves, la alegría se comparte mejor. No hay que tener miedo a gritar si lo que expresamos es felicidad."
Con cada nuevo gesto, Tomás se sintió más confiado. El miedo se desvaneció y se convirtió en pura alegría.
Pasaron los días, y Tomás siguió practicando su mímica junto a su tío. En lugar de sentirse incómodo con los gritos, comenzó a apreciar la intensidad de la expresión de su tío Mimo. Aprendió que a veces, para comunicarse, hay que salir de la zona de confort y conectar con quienes nos rodean.
Un fin de semana, decidieron organizar otro espectáculo, pero esta vez no sólo para niños; invitaron a toda la comunidad. El lugar estaba lleno y Tomás, con su tío a su lado, se sentía cada vez más seguro.
Así, con un gran salto, el espectáculo comenzó. Esta vez, Tomás no sólo imitaba a su tío, sino que también empezó a añadir sus propios gestos, sus propias historias. La gente se reía y la alegría llenaba el aire como si fueran mariposas volando libres. Al concluir, ambos se tomaron de la mano y se inclinaron ante el público, que los aplaudía con entusiasmo.
Tomás se dio cuenta de que su tío no sólo había sido un mimo, sino también su maestro, enseñándole a expresarse, a valorarse y a encontrar alegría en lo simple. La risa se convirtió en su forma de comunicarse, y no había lugar para el miedo. De esa manera, Tomás aprendió una gran lección: la valentía no es la ausencia de miedo, sino el deseo de superarlo y compartir momentos inolvidables con los que amamos.
Y así, entre risas y mímicas, Tomás y su tío Mimo se convirtieron en los mejores amigos y en los grandes entretenedores del pueblo.
FIN.