El Misterio de la Adivinanza
Había una vez en un pequeño pueblo llamado Villacerra, un niño muy curioso llamado Tomás. Siempre estaba buscando cosas nuevas para aprender y descubrir. Una mañana, mientras paseaba por el parque, escuchó a un grupo de niños riendo y compartiendo adivinanzas.
"¡Yo tengo una!" dijo una niña llamada Sofía. "¿Qué es lo que sube y nunca baja?".
Los demás niños se quedaron pensando. Tomás, al ver que nadie podía adivinar, se acercó y preguntó:
"¿Puedo intentar?".
Sofía asintió y todos lo miraron con expectativa.
"¿Es la edad?" propuso Tomás con una sonrisa, recordando lo que su abuelo le decía. La multitud de pequeños estalló en risas.
"¡Eso es!" gritó Sofía. "¡Es correcto!".
Desde ese día, cada vez que se reunían, las adivinanzas se convirtieron en su juego favorito. Pero había un desafío extra: cada uno debía traer su propia adivinanza para compartir. Tomás se obsesionó por encontrar la mejor, así que comenzó a buscar en libros y preguntar a los adultos.
Una tarde, mientras revisaba una vieja biblioteca, encontró un libro polvoriento titulado "Los Secretos del Mundo". En sus páginas, había una adivinanza especial:
"En el agua nací, sin ser pez, y aunque estoy vivo, nunca podré ver. ¿Quién soy?".
Tomás saltó de alegría. Sabía que esta sería la adivinanza perfecta para sorprender a sus amigos.
Sin embargo, cuando llegó al parque para compartirlo, notó que todos estaban reunidos alrededor de un niño nuevo, Lucas, quien parecía estar un poco tímido. Tomás decidió que sería mejor presentar su adivinanza de una manera especial.
"¡Esperen!" exclamó. "Quiero compartir mi adivinanza, pero primero, dejemos que Lucas se presente".
Lucas sonrió, agradecido por la atención.
"Soy nuevo en el pueblo, y me encanta jugar al fútbol" dijo tímidamente.
Tomás se sintió inspirado.
"Perfecto, Lucas, ¿quieres ayudarme con una adivinanza?". Lucas asintió con vigor.
Juntos, decidieron hacer una competencia amistosa. Tomás presentaría su adivinanza, y luego Lucas inventaría una. Todos se pusieron cómodos y esperaron con expectación.
"Bien, aquí va: En el agua nací, sin ser pez, y aunque estoy vivo, nunca podré ver. ¿Quién soy?"
Los niños comenzaron a murmurar, mientras algunos compañeros discutían posibles respuestas.
Después de varios intentos fallidos, Sofía levantó la mano y dijo:
"¿Es una planta acuática?".
Tomás sonrió, pero sacudió la cabeza.
"No, no es eso". De pronto, y antes de que otro niño hablara, Lucas se animó y dijo:
"¿Es el agua misma?".
"¡Casi!" dijo Tomás, dándole una pista con sus gestos.
Finalmente, alguien gritó desde el fondo:
"¡Es el hielo!".
El grupo estalló en risas y aplausos. Estaban emocionados de haberlo adivinado al fin. Tomás no pudo estar más contento.
Ahora era el turno de Lucas.
"Yo tengo uno. ¿Qué cosa es, que camina con cuatro patas a la mañana, con dos patas al mediodía, y con tres patas a la tarde?".
Los niños se miraron confundidos. Después de un buen rato de deliberación, Tomás recordó un cuento que había escuchado de su abuelo.
"¡Es el ser humano!" gritó emocionado.
"¡Exacto!" dijo Lucas, riendo. Desde ese día, Tomás y Lucas se volvieron los mejores amigos y continuaron compartiendo adivinanzas, creando juntos un ambiente de alegría y aprendizaje en su pequeño pueblo.
Con ellos, las adivinanzas se convirtieron en un arte que no solo divertía, sino que también unía a todos los niños de Villacerra, fomentando la creatividad y el compañerismo. Así, los pequeños aprendieron que compartir es igual de valioso que competir, y que, a veces, los misterios más simples pueden unir a las personas.
Y así, Tomás, Lucas y sus amigos nunca dejaron de adivinar, descubrir y, sobre todo, disfrutar de la magia de la amistad.
FIN.