El misterio de la amistad perdida



Era una vez una niña llamada Ema, que vivía en un pequeño pueblo lleno de flores y risas. Ema tenía una mejor amiga, Fernanda, con quien compartía juegos, secretos y muchos momentos divertidos. Desde que se conocieron en el jardín de infantes, habían sido inseparables. Jugaban a la pelota en el parque, hacían pulseritas de colores y hasta se inventaban historias fantásticas sobre dragones y princesas.

Un día, mientras estaban en la plaza, Ema notó que Fernanda no sonreía como antes. La alegría que siempre brillaba en sus ojos parecía estar apagada.

"- ¿Qué te pasa, Ferni?", preguntó Ema con preocupación.

"- Nada, Ema. Estoy bien", respondió Fernanda, pero su tono de voz no coincidía con sus palabras. Ema sintió que había algo más detrás de esa respuesta, algo que no podía ver, así que decidió no insistir.

Con el paso de los días, Ema intentó hacer cosas especiales para alegrar a su amiga.

"- Mira, hice una pulsera como la de la primera vez que fuimos al parque!", dijo Ema emocionada.

Fernanda sonrió débilmente, pero Ema notó que no era la misma sonrisa llena de vida que solía tener. Ema se preocupó y un día decidió hablar con su mamá.

"- Mami, creo que Fernanda no quiere ser mi amiga como antes. Me siento triste", le confesó.

"- A veces las personas pasan por momentos difíciles, Ema. Puede que Fernanda esté lidiando con algo que no sabe cómo compartir. Es importante ser paciente y comprender", le respondió su mamá.

Con eso en mente, Ema decidió organizar una tarde de juegos en su casa. Quería mostrarle a Fernanda cuánto la quería y quizás, lograr que se sintiera mejor. Ema preparó un montón de juegos, decoró la casa y hasta horneó galletitas. Cuando llegó Fernanda, Ema la recibió con un gran abrazo.

"- ¡Hola! ¡Espero que te guste todo lo que preparé! Juguemos un rato juntas", dijo Ema con una sonrisa.

Fernanda, aunque al principio no se mostraba muy animada, poco a poco comenzó a relajarse y a disfrutar de la tarde. Rieron, jugaron a las escondidas y se llenaron de harina mientras hacían galletitas juntas. Sin embargo, hubo un momento en que Fernanda se quedó callada y miró al suelo. Ema sintió que era el momento de preguntar.

"- Ferni, si hay algo que te preocupa, por favor dímelo. Siempre estaré aquí para escucharte", dijo Ema.

Fernanda alzó la vista y vio la sinceridad en los ojos de su amiga. Con un suspiro profundo, finalmente habló.

"- Ema, no es que no quiera ser tu amiga. Es solo que a veces siento que tengo menos tiempo para jugar porque tengo que ayudar en casa. Me da miedo que ya no quieras ser mi amiga porque no puedo salir tanto como antes", confesó Fernanda, con los ojos llenos de lágrimas.

Ema sonrió aliviada. "- ¡No importa eso, Ferni! Siempre serás mi mejor amiga. Podemos jugar cuando tú quieras y siempre estaré aquí para ti, aunque no juguemos todos los días".

Las dos amigas se abrazaron y, desde ese día, aprendieron a comunicarse mejor. Ema entendió que a veces, los amigos pasan por diferentes situaciones, y lo mejor que pueden hacer es compartirlas. Decidieron hacer un pacto: aunque a Fernanda le fuera difícil salir, siempre encontrarían tiempo para ser amigas, aunque fuera un ratito.

A partir de entonces, Ema y Fernanda jugaron aún más, se pusieron en contactos las unas con las otras cuando podían, y además, incluyeron tiempo para ayudar a sus familias. La amistad se volvió más fuerte, porque aprendieron a comprenderse y a apoyarse.

FIN.

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