El Misterio de la Calabaza Sonriente
Era una noche de Halloween en el pequeño pueblo de Calabazas de Oro. Las calles estaban adornadas con telarañas brillantes, calaveritas de papel y muchas calabazas talladas. Todos los niños estaban listos para salir a buscar dulces, pero había un pequeño problema: la calabaza gigante del centro de la plaza había desaparecido.
"- ¡No puede ser! Si no encontramos la calabaza, no habrá celebración!", gritó Lucas, un niño aventurero de ocho años. Sus amigos, Sofía y Tomás, se miraron preocupados.
"- ¡Vamos a buscarla!", propuso Sofía, con su cabello rizado moviéndose mientras daba saltitos de emoción. Tomás, que siempre tenía una idea ingeniosa, dijo:
"- ¿Y si preguntamos a los habitantes del pueblo si la vieron?".
Los tres amigos comenzaron su búsqueda. Primero, fueron a la casa de Doña Clara, la señora que siempre sabía todo lo que sucedía en el pueblo.
"- Buenas noches, Doña Clara. ¿Sabés algo de la calabaza gigante que desapareció?", preguntó Lucas, con su voz temblorosa de emoción.
"- ¡Oh! Sí, mis pequeños. Anoche vi una sombra extraña cerca de la casa de la tía Margarita. Tal vez allí encuentren algo", respondió Doña Clara.
"- ¡Gracias, Doña Clara!", dijeron al unísono, y se pusieron en marcha hacia la casa de la tía Margarita. Al llegar, escucharon ruidos extraños provenientes del jardín.
"- ¿Qué sería eso?", murmuró Sofía, asomándose detrás de un arbusto.
"- No lo sé, pero ya me da un poquito de miedo", dijo Tomás, apretando la mano de Sofía.
"- No hay tiempo para tener miedo. Debemos averiguarlo", afirmó Lucas, tomando la delantera. Con valentía, cruzaron el jardín y se acercaron a la ventana. ¡Y lo que vieron los dejó boquiabiertos! La calabaza gigante estaba allí, pero no estaba sola; había un grupo de criaturas amigables de Halloween: un fantasmín, un duende y un gato negro, todos trabajando juntos.
"- ¡Hey! ¿Qué hacen con nuestra calabaza?", preguntó Lucas, acercándose. Las criaturas se sorprendieron y el fantasmín, que se llamaba Flori, dijo:
"- ¡Lo siento! No queríamos asustarlos. Estamos preparando una fiesta sorpresa para todos los niños del pueblo. Esta calabaza tiene que ser el centro de nuestro festín."
"- Pero no podemos tener fiesta sin invitar a todos", dijo Sofía, mientras el gato negro, que se llamaba Nube, maullaba suavemente.
"- Tienes razón. Si la fiesta no incluye a todos, no será divertida", añadió Tomás, convencido. Los niños decidieron ayudar a las criaturas. Así que, juntos, fueron al mercado a comprar dulces y decoraciones. Cada uno llevó algo especial: Lucas trajo caramelos, Sofía trajo serpentinas y Tomás, globos.
Cuando todo estaba listo, los niños y las criaturas comenzaron a decorar la plaza. Al caer la noche, todo brillaba maravillosamente. Las luces parpadeaban y las risas resonaban por todo el pueblo.
"- ¡Sorpresa!", gritaron todos los niños al ver la fiesta en la plaza. La calabaza gigante, luminosa y sonriente, fue el regalo especial de Halloween.
"- Estoy tan feliz de que no nos hayamos quedado con miedo. La fiesta es mucho más divertida cuando compartimos", dijo Sofía, mientras miraba a su alrededor lleno de amigos y risas.
"- Sí, y aprendimos que hay que estar abiertos a nuevas amistades", agregó Tomás, sonriendo a Flori y a Nube.
Así, aquel Halloween en Calabazas de Oro se convirtió en una noche mágica llena de amistad, alegría y, sobre todo, risas.
Desde entonces, los niños aprendieron que a veces el miedo puede nublar nuestras mejores intenciones, pero siempre es posible convertirlo en algo bueno si aprendemos a compartir y trabajar juntos. Y cada año, celebran no sólo Halloween, sino también su maravilloso lazo de amistad con las criaturas mágicas del pueblo.
FIN.